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jueves, 24 de julio de 2014

Palabras compañeras

Lo cierto es que siempre me ha resultado curiosa la facilidad que tengo para llenar líneas cuando mi estado de ánimo es gris tirando a negro, una facilidad que suele desaparecer al completo a la hora de mostrar al mundo lo que va bien, mis felicidades, tantas y tantas sonrisas y latidos que quedan huérfanos de palabras.

Cuando creé este pequeño rincón lo llame la noche oscura, clara alusión al momento en que, en aquellos años sin brújula ni veleta, surgían en mí las fuerzas para escupir lastres y venenos sobre el papel. Han pasado ya muchos años, muchas noches, muchos caminos y muchos sueños, y a decir verdad la oscuridad se ha ido difuminando, y hace tiempo que han dejado de preocuparme los ocasos de la vida.

No se si es evolución personal, encontrar eso que comúnmente llamamos nuestro sitio en el mundo, o si simplemente es que ese niño maduro que llevo dentro ha dejado de preocuparse de aquello que pueda dañarle. Lo único claro es que, desde aquel día, perdido entre maravillosos gigantes de hielo y piedra en medio de ninguna parte, en que todo comenzó a cambiar, las cosas han ido cada vez mejor.

Las palabras comenzaron a dejar de escribir pesadillas para empezar a contar sueños, poco a poco, paso a paso, esquivando agujeros y saltando vallas, con la única intención de encontrarte. Palabras que la noche que te conocí comenzaron a escribir el más bello de los poemas.

Tal vez aquella noche ni tu ni yo lo supiéramos, pero ellas, las palabras, comenzaron a escribir latidos y sonrisas donde antes había sombras y espinas. Las palabras, poco a poco, comenzaron a escribir nuestra historia, nos vieron cavar nuestras trincheras, nuestras complicidades y nuestros nosotros. Y así, poco a poco, comenzaron a dejar de escribir, comenzaron a enseñarme que los bellos momentos no necesitan de tantas palabras, comenzaron a enseñarme que las miradas, las sonrisas y los besos no necesitan de papel si son compartidos. Las palabras, esas que tanto me han ayudado, decidieron que tú eras mi sitio en el mundo, sin grises ni espinas, sin noches oscuras, me enseñaron, en definitiva, a escribir menos, y amarte más.


Y ya no salen tanto de paseo, y ya no llenan líneas en noches de pesadillas, y ya saben que, en el viaje, han pasado a ser parte de mi equipaje porque tú, tú eres mi auténtica compañera.

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