Una auténtica vuelta a la vida, así es como podría definir estas últimas semanas de ojos y mentes ansiosas de aprender y vivir.
Cada viaje, cada camino, tiene su peculiaridad, hay quien pasa por ellos sin fijarse en lo que le ofrecen, sin detenerse a saborearlos y que no conserva de ellos más poso que el que le pueda ofrecer su álbum fotográfico. Y luego está quien está abierto a vivir cada camino como una experiencia única e irrepetible, quien está dispuesto a aprender y retener lo aprendido, quien permite que las huellas le calen de tal forma que incluso cambie su cotidianeidad.
No sabría decir, a ciencia cierta, qué es o dónde exactamente ha ocurrido, pero si que es cierto que este camino me ha ayudado a quitarme muchos de mis lastres personales, me ha ayudado a soltar inseguridades y a mirar con los ojos de niño no sólo el camino de ida, sino también a tomar con la misma o más ilusión el de vuelta.
Ha sido un viaje para encontrar sin buscar, la paz, el equilibrio, los versos, los sueños, a mí mismo, a ti misma, un viaje para descubrir paraísos lejanos y cercanos, para sentirse realmente cerca de lo que nos convierte en humanos. Un viaje, sin duda alguna, para sentir que uno, de nuevo, vuelve a nacer…