Parece mentira, tener todo el tiempo
del mundo y que te de la sensación de que no cunde nada, sentirse
atrapado en casa y necesitar imperiosamente parar y poner kilómetros
de por medio.
Lo cierto es que al final, hasta cuando
uno está parado necesita de unas buenas vacaciones, hacer una parada
y desgastar zapatos en lugares desconocidos, con nuevos olores,
colores y sabores, con más sueños que dinero en los bolsillos.
Se acerca el momento y, sin importar
tanto el destino, tengo la sensación de reencontrarme poco a poco
con lo que soy. Esa ilusión de pensar maletas y caminos, ese ponerse
de nuevo los ojos de niño y pegarlos a una cámara de fotos, ese
saber que los pasos son acompañados por quien más te importa,
compartiendo nuevas trincheras, el viaje, la vida, las locuras de
aeropuerto, los mares inmensos, los nervios y las sonrisas.
Se acerca el momento, pues, de
disfrutar...