De reformas

Cuando algo queda en un estado ruinoso lo que hay que hacer es ponerse manos a la obra y tratar de reconstruirlo, o bien darlo por perdido y dedicarse a otra cosa. Ciertamente hay veces en las que me encantaría darme por perdido a mi mismo, y dejar de dar el coñazo, pero suelo tener la mala costumbre de intentar recomponerme y ser mejor.

Y la última vez lo intenté, traté de dejar de una vez por todas a un lado mi cúmulo de paranoias y poner cada cosa en su sitio, para saber a que atenerme en cada momento y con cada persona.

Esta honestidad brutal e hiriente (o tal vez esta rabia contenida) me ha terminado sumiendo en una espiral autodestructiva que por primera vez nadie, ni yo mismo, ha sabido ver ni detener a tiempo. Ha sido imparable, una bola de nieve gigante pero invisible que ha ido creciendo con cada una de mis palabras y cada uno de mis actos hasta terminar provocando la avalancha que ha asolado y herido a todo aquello y todxs aquellxs a lxs que quiero, y ha dejado únicamente un desértico panorama de caos y destrucción a mi alrededor. Esta vez no queda nada más por destruir, esta vez está todo por recomponer. Así que esta vez iré poquito a poco, despacito, con cuidado de no pisar a nadie, lamiendo cada una de mis heridas y tratando de poner tiritas en las de aquellxs que, también heridxs por mí, a pesar de todo saben que hay algo en mí por lo que vale la pena luchar, y en lo que se puede creer.

Así que allá voy, despacito, muy despacito, a comenzar las reformas...