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jueves, 9 de mayo de 2013

Quemando asfalto...

No es algo que suela ser muy habitual, pero es curioso ver como esas cosas que en nuestros ratos libres realizamos con total devoción, se transforman en odiosas cuando es la “obligación” la que nos lleva a hacerlas.

La cuestión es que tras recorrerme unos 1500 kilómetros en 3 días, gastando ruedas y asfalto, aunque por cuestiones laborales, me he dado cuenta de cuan vacío puede llegar a estar un viaje si no existe la motivación de disfrutarlo. Me encanta devorar caminos, no hay duda, pero siempre y cuando pueda detenerme a saborearlos con la calma o la prisa que cada uno necesita, permitiéndome el lujo de pararme cuando quiera, de captar aromas, sonidos, imágenes… y no hay nada de eso en una absurda contrarreloj de 72 horas, por muchos kilómetros que tenga, por muchos parajes que deje en la retina.

Lo bueno es que este tipo de “viajes”, como todos, dejan pequeñas anotaciones en la libreta que irán a parar a la mochila de caminos pendientes para que, un día, sin prisa, camisa ni obligaciones, puedan ser degustados en su justa medida…

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