Si es cierto eso de que la cara es el reflejo del alma, sin
duda alguna hoy es el día en el que más zombies por metro cuadrado deambulan
por las calles.
Ya se que es habitual que los lunes por la mañana el ánimo
se encuentre en sus niveles más bajos, pero cuando además de ser lunes, lo
juntas con el final de las vacaciones de la mayor parte de las personas, un
viaje tempranero en el metro puede llegar a dar ganas de llorar.
Caras mustias, tristes, de esas que piden a gritos una de
esas ridículas bajas por stress postvacacional, personas a las que parece que el
despertador les ha arrancado la sonrisa, rostros que deambulan con desgana y
que parecen encontrar en el resto de grises rostros la excusa perfecta para
seguir careciendo de brillo.
Lo cierto es que a mí tampoco me gusta volver de vacaciones,
pero cuando lo hago tampoco se me cae el mundo encima. Cuando vuelvo a la
rutina después de una pausa de esas que sirven para enriquecer mi caminar lo
hago con nuevas perspectivas, sueños y vivencias, lo hago con el deseo de trasmitir
lo poco o mucho aprendido en nuevos lugares y con nuevas gentes, y lo hago así
porque si no no tendría sentido esa pausa entre trabajo y preocupaciones que
dedicamos al verdadero vivir, al que se hace sin ataduras ni restricciones.
Así que espero que, poco a poco, el metro deje de llenarse
de las caras grises que quiere imponer la dictadura del trabajo para dar paso a
las miradas multicolores de personas que retornan maravilladas de los caminos
andados, a pesar de rutinas, trabajos, metros y lluvias…
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