Lo cierto es que las entradas de año nunca suelen ser ni buenas ni malas ni todo lo contrario, el año se suele comenzar con un copazo en la mano y un clavo mañanero unas cuantas horas después que no hacen sino certificar que nos morimos en deseos de ahogar en alcohol los males del año anterior.
Este año, por llevar la contraria, mi cuerpo ha decidido fustigarme brutalmente y regalarme 2 semanas de cama, fiebre y destrozo corporal para que arranque el año con buen pie. Si si, con buen pie, porque lo cierto es que, las personas que desbordan juventud y lozanía como yo (amén de una belleza sin par), tenemos la mala costumbre de pedir a las entradas de año anhelos y sueños sin valorar nunca que, la salud, esa jodía cosa "que nunca debe faltar" es la que al final nos marca lo que podremos hacer o dejar de hacer.
Así que, a pesar de los males y dolores, imagino que debo agradecer el haber comenzado así el año, dándome cuenta de que cosas son las realmente importantes, y aprendiendo que, por muchos caminos que se piensen, todos son imposibles de caminar si no hay fuerzas para poner un pie delante del otro.
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