Lo cierto es que siempre me ha
resultado curiosa la facilidad que tengo para llenar líneas cuando
mi estado de ánimo es gris tirando a negro, una facilidad que suele
desaparecer al completo a la hora de mostrar al mundo lo que va
bien, mis felicidades, tantas y tantas sonrisas y latidos que quedan
huérfanos de palabras.
Cuando creé este pequeño rincón lo
llame la noche oscura, clara alusión al momento en que, en aquellos
años sin brújula ni veleta, surgían en mí las fuerzas para
escupir lastres y venenos sobre el papel. Han pasado ya muchos años,
muchas noches, muchos caminos y muchos sueños, y a decir verdad la
oscuridad se ha ido difuminando, y hace tiempo que han dejado de
preocuparme los ocasos de la vida.
No se si es evolución personal,
encontrar eso que comúnmente llamamos nuestro sitio en el mundo, o
si simplemente es que ese niño maduro que llevo dentro ha dejado de
preocuparse de aquello que pueda dañarle. Lo único claro es que,
desde aquel día, perdido entre maravillosos gigantes de hielo y
piedra en medio de ninguna parte, en que todo comenzó a cambiar, las
cosas han ido cada vez mejor.
Las palabras comenzaron a dejar de
escribir pesadillas para empezar a contar sueños, poco a poco, paso
a paso, esquivando agujeros y saltando vallas, con la única
intención de encontrarte. Palabras que la noche que te conocí
comenzaron a escribir el más bello de los poemas.
Tal vez aquella noche ni tu ni yo lo
supiéramos, pero ellas, las palabras, comenzaron a escribir latidos
y sonrisas donde antes había sombras y espinas. Las palabras, poco a
poco, comenzaron a escribir nuestra historia, nos vieron cavar
nuestras trincheras, nuestras complicidades y nuestros nosotros. Y
así, poco a poco, comenzaron a dejar de escribir, comenzaron a
enseñarme que los bellos momentos no necesitan de tantas palabras,
comenzaron a enseñarme que las miradas, las sonrisas y los besos no
necesitan de papel si son compartidos. Las palabras, esas que tanto
me han ayudado, decidieron que tú eras mi sitio en el mundo, sin
grises ni espinas, sin noches oscuras, me enseñaron, en definitiva,
a escribir menos, y amarte más.
Y ya no salen tanto de paseo, y ya no
llenan líneas en noches de pesadillas, y ya saben que, en el viaje,
han pasado a ser parte de mi equipaje porque tú, tú eres mi auténtica
compañera.