Hacer camino siempre ayuda a avanzar en
la vida, da lo mismo que sea en una dirección o en otra, pero
siempre avanzando.
Cada paso, cada mirada, cada sonido,
cada aroma, cada beso... van construyendo presentes y futuros,
reviviendo los pasados y, aunque no siempre nos digan de donde
venimos y hacia donde vamos, lo que es seguro es que tienen la mala
costumbre de ayudar a construir lo que somos.
Yo siempre he pensado en la vida que
uno es de donde está, que la sangre se renueva con el oxígeno que
se respira y que las raíces nos deben ayudar a ver de dónde venimos
pero indicarnos hacia donde vamos. Han sido estas semanas de enraizar
en varios sentidos de la vida, de echar raíces en la relación con
los ojos que me miran cada mañana, en crear recuerdos conjuntos,
imágenes y sabores que rememorar, sonrisas que repetir, besos que
soñar. Han sido semanas también de enraizar en el de dónde vengo,
de dehesas, olivos y viñas, de calor de pueblo sufridor y sufrido
siempre en pie pero nunca levantado, de no olvidar que en el fondo,
algo hay de cierto cuando se dice que de casta le viene al galgo.
Semanas, en definitiva, de enraizar
pasados, presentes, futuros, de seguir sembrando, de seguir
caminando, de seguir convenciéndome cada vez más, de que no hay
raíces más fuertes ni que me amarren más a la tierra, que las
suelas de mis zapatillas...
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