Es curioso que, cuanto más pasan los
años, más se reducen esas listas de deseos que uno se autoimpone
para el año nuevo y que, por norma general, terminan generando más
frustraciones que objetivos logrados.
Más curioso si cabe, es que tras un
año que ni fu ni fa, un año de aparcar parte importante de mis
motivaciones para caminar aunque sea de forma ajena a mi voluntad, no
sienta la necesidad de romper con lo que el año que se va ha
supuesto y buscar la forma de resarcirme.
Aunque, pensándolo bien, tal vez, lo
que debería ser curioso, realmente es lógico, y nada más. Y es
lógico porque, a pesar de llevar un año de lunes al sol y
perspectivas de futuro laboral negro y sombrío, a pesar de aparcar
mis caminos, mis charcos, mis desgastes de zapatilla... soy feliz. He
podido descubrir que me puedo poner mis ojos de niño en casa y mirar
al mundo con curiosidad donde quiera que esté, he aprendido que un
trabajo no compra tus besos ni el despertarme cada día junto a ti,
he aprendido que las zapatillas se desgastan igual en un camino a
10000 kilómetros de casa que a 100, he aprendido que, si en vez de
pedir, miramos lo que tenemos, no sentimos la necesidad de pedir más
al año siguiente y, sin embargo, es más que posible que lo
consigamos.
Así que, tardío, feliz año, a
disfrutar del camino...