No te voy a engañar, normalmente no me
gustas ni mucho ni poco, simplemente estás ahí, gris, con tu
marabunta de gentes que a penas trata de subsistir entre las nubes de
humo y polución.
No te voy a engañar no, si te digo
también que poco a poco creo que nos vamos acostumbrando a vernos,
porque ultimamente viajo a ti cargado de latidos y mirándote a
través de los ojos que, aquí y allí, siempre me acompañan.
Y no te voy a engañar, al decirte, que
en este útimo encuentro, a pesar de la distancia que me separaba de esos latidos
y esos ojos, me encantaste.
Me encantaste porque te alzaste, digna,
rebelde, cargada de sueños y rabia, con las calles supurando utopías
por todos y cada uno de sus poros.
Me encantaste porque el gris cobró
vida y se convirtió en una marea de colores, y desapareció el humo,
y, en vez de poluciones, eran otros los aires que tus gentes
respiraban.
Me encantaste, Madrid, porque, esta vez
sí, fuiste crisol de gentes, fuiste calor y fuiste grito unánime, y
al ser digna, yo lo fui contigo...
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