Hay días de esos en los que uno se
levanta algo desorientado, es como si te hubiera dado demasiado el
sol, aunque en mi caso suele ocurrir cuando tengo escasez de
radiación sobre mi maltrecha cabecita.
La cuestión es que, en esos días, en
los que los pensamientos se pueden cortar a cuchillo y las ideas no
se mueven ni con desatascador, uno tiene la impresión de ir por el
mundo con pies de cemento y cabeza de plomo, tiene la impresión de
que el camino está muy quieto y que cada paso va a costar demasiado
caro.
Pero es en esos días, en los del gris
por bandera y el sopor por compañero, en los que uno se da cuenta de
lo frágil que es la barrera de la insulsa cotidianeidad, y en los
que, con sólo dar un par de pasitos e intercambiar un par de
sonrisas, con sólo pensar los ojos que iluminan tus despertares y
subir el interruptor de los sueños que están por venir, ya no hay
plomo, ni gris ni cemento, ni falta de rumbo.
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