Hoy es uno de esos días. Uno de esos días de cabeza pesada y gafas con cristales de color gris, uno de esos días en los que unx no sabe si hacer la del avestruz y meter la cabeza bajo tierra o si dedicarse a hacer puenting sin cuerda para comprobar si el río es lo suficientemente profundo como para no abrirte la cabeza.
Cruce de caminos, cada uno con su dirección, el que anhelas y el otro, el desconocido, ese que no sabes donde puede llevar, y en medio un enorme páramo y tú, nada más. Y en ese enorme páramo sólo tu y tu angustia por poder seguir el camino y llegar a tu próxima parada.
Y mientras más esperas a ver si se aclara el camino más empiezas a temer que la espera se hará eterna. Y mientras más eterna se hace la espera más empiezas a temer que no se aclare el camino. Y permaneces ahí, quieto, inmóvil, ahogándote poco a poco en el mar de tus eternas inseguridades, sin saber como ni cuando dar el próximo paso, cómo ni cuando dejarás de estar atrapado en ese cruce de caminos…
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