Dentro de este círculo vicioso en el que nos mete la sociedad en que vivimos de vivir para trabajar más que trabajar para vivir, ayer tuve la tremenda suerte de asistir a un curso sobre gestión del tiempo.
El curso en cuestión enmascarado tras un telón de ser un camino hacia la felicidad personal más que un método para el aumento de la productividad, consistía en aplicar una serie de mecanismos para, por decirlo de alguna forma, aprovechar todo el tiempo haciendo todas las cosas que se pueda sin dejar un recoveco a que la imaginación te distraiga.
Tener la cabeza ocupada con cosas pendientes te distrae de tus deberes y la no concentración trae consigo ansiedad, stress e infelicidad. Señoras, señores, personas de género indefinido, eso es, por decirlo de una forma simple, una soberana estupidez.
Y no lo es por el hecho de aprender a organizar tus tiempos y aprender métodos para evitar el dejarte cosas en el tintero, lo que no tiene que ser negativo en sí mismo. Lo es por el hecho de negar la mera esencia del ser humano y relegarnos a un comportamiento en el que prima la productividad material antes que la intelectual.
Tal vez aún exista quien tenga dudas, pero lo aclaro: no somos máquinas. Sentimos, pensamos, nos despistamos, nos llevamos al trabajo el tengo que hacer la compra y el tengo que visitar a mi amigo Juanito, y eso no sólo no nos hace peores, sino que nos hace humanos, valor por lo visto innecesario para empresas que solo quieren mas y mas y mas.
Y si no quieren entenderlo que no lo entiendan, y que destinen mi tiempo de productividad a enseñarme métodos para ser productivo, que yo seguiré con la cabeza en cualquier sitio más bonito que en una oscura sala de formación de Madrid…