Con la llegada del invierno, del gris, del frío y las lluvias, se da un fenómeno que más que curioso resulta incómodo, el de los párpados de plomo.
Con el desagradable y taladrante sonido del despertador cuando el sol aúno no tiene a bien ni asomarse por el horizonte para ver si nos hemos puesto nuestra sonrisa diaria, nos damos cuenta de que todo, absolutamente todo, pesa más. La verdad es que tu intentas salir de la cama, no por gusto a decir verdad, pero parece que el edredón lo han rellenado de cemento durante la noche, él no quiere moverse y tu ni puedes ni quieres moverlo, a pesar de lo cual, como un zombie levantando su pesada lápida, terminas saliendo de tu cálido refugio camino de tu quehacer diario.
Te aseas y, por mucho frío que tengas, la ropa pesa, no apetece nada vestirse, te pones el jersey y ya te estás arrepintiendo de salir de casa incluso antes de haber desayunado, eso siempre suponiendo que consigas levantar la taza.
Finalmente parece que ya consigues enfilar el interminable pasillo que da salida a la calle, pero tienes la sensación de que el mundo se ha hecho como más bajito y más ancho, y es que los párpados pesan tanto que por más que a lo largo de las siguientes horas intentes levantarlos, los jodíos se han vuelto de plomo, como el cielo, como los lunes, como el invierno…
0 comentarios:
Publicar un comentario