Casi casi en la lengua el dulce sabor del trabajo bien hecho, bueno, bien o mal no seré yo quien lo diga, pero hecho seguro.
Lo cierto es que nos pasamos el día con mil cosas en la cabeza (hablo de las personas, no de quienes ven telecinco), sumergidos en una búsqueda incesante del camino más corto hacia la felicidad y, si se llega a ella, del mejor método para conservarla. Nos pasamos el día construyendo y derribando nuestros castillos de arena mentales, soñando revoluciones y revolucionando nuestros sueños, siempre intentando trascender lo cotidiano.
Y me resulta muy curioso comprobar como lo cotidiano, cuando quiere, es capaz de trascender con creces a todo lo demás, eclipsando pensamientos y cegando los caminos de una manera abrumadora. Es imposible escapar a lo cotidiano y en ocasiones debemos permitir que absorba hasta la última gota de nuestra sangre, es ley de vida, nadie puede escapar a hacer la compra, la colada, o, como es el caso, a una interminable mudanza.
Resulta curioso, y sin duda necesario, porque para saber volar primero hay que aprender a poner los pies en el suelo, porque las cosas simples y llanas del día a día son las que pase lo que pase van a seguir estando ahí y en el saber sobrellevarlas de la mejor manera posible es donde reside el secreto de la verdadera felicidad. Por eso resulta necesario, y por eso, al final, de tanta agujeta, tanta caja, y tanto estrés, uno termina aprendiendo también cosas buenas, y desaprendiendo malas.