Te brilla la calva, me decía ya mi
gran compañero de caminos y payasadas hace años mientras se reía y
me grababa en las ruinas de una de tantas civilizaciones
desaparecidas a manos de “civilizadores” al otro lado del charco,
lo bueno, a pesar del cachondeo, es que lo decía con humor, sin
maldades, y sin un posterior servicio de compraventa.
Toma pastillas contra la alopecia, date
esta crema para las arrugas, ponte la faja reductora, tíñete las
canas...como diría el ilustre y difunto señor Labordeta: A la
mierda!!!
Vivimos en una sociedad sin sentido, en
un mundo en el que se nos ha equivocado el camino, han convertido ese
suspiro que dura nuestra vida en una carrera de fondo para ver a
quien se le nota menos el haberla vivido. Es obligatorio que no se
nos note el paso del tiempo, no vaya a ser que cándidos de nosotros,
nos demos cuenta de que la vida no es eterna y no queremos vivirla
según los dictados que nos vienen impuestos.
Y es que cada arruga trae tras de sí
un millón de sonrisas, cada cana y cada calva un montón de
preocupaciones, y cada lorza un montón de comilonas en buena
compañía. Nos enseñan que haber vivido es feo, antiestético, nos
enseñan a ser eternamente jóvenes sin darse cuenta de la belleza
que esconde cada muesca, cada cicatriz, cada bache de la vida.
No me malinterpreten, todas las
personas tenemos nuestro punto coqueto, pero, cada día más, me
resulta preocupante el desprecio que tenemos a la verdadera belleza,
y el valor que le damos a esas máscaras artificiales. Porque, en el
fondo, no hay nada más bello que vivir la vida y ver como pasa
cuando se sabe haberla disfrutado, no hay nada mejor que ver en qué
punto del camino comenzó la calva, y saber que, mientras esta
crecía, muchas personas perdían su tiempo y su camino tratando de
disimularla...
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