Hay noches, las menos, de esas que
desde siempre han tenido un significado especial. Si bien es cierto
que a lo largo del año hay muchas fechas memorables o memorablemente
autoimpuestas, no es menos cierto que sólo algunas logran evocarnos
momentos de felicidad que quedan impertérritos ante el paso de los
años.
San Juan, la noche mágica, la noche
del fuego. La noche más corta y más intensa, la noche que todo lo
purifica, la noche que nos permite reinventarnos y soltar lastres,
convertirlos en cenizas. La noche que trae a nuestras mentes aquellos
veranos de infancia, de semanas acumulando ramas, muebles, puertas,
semanas de trabajo mutuo para un gozo común convertido en hoguera,
semanas de amistad, de ilusión y de inocencia.
San Juan, pasan los años y mantiene
viva, nunca mejor dicho, la llama en nuestro interior. Pasan los años
y seguimos mirando embobados el crepitar de las llamas, recuperando,
por momentos, nuestros ojos de niño, haciendo del recuerdo de
nuestro pasado, el mejor comienzo para nuevos futuros...