Demasiado pensar… es un hecho invariable e inevitable, y que además pocas veces conduce, ni mucho menos, a tener las cosas ni meridianamente claras.
Pensar por no sentir, pensar por sentir demasiado, pensar por pensar. Si late mucho porque duele, si no late por si estará muerto o si se habrá dormido, la cuestión es el terrible pánico a dejarse llevar de nuevo por los sentimientos, no vaya a ser que la próxima vez que deje a alguien jugar con mi corazoncito, lo rompa del todo.
Y la cuestión es que empiezo a estar cansado, de tanto darle vueltas a las cosas, de no sonreír por dentro cuando creo que alguien puede ser especial, de poner tantas cadenas y candados a mi corazón que si un día quiere salir corriendo desbocado no voy a saber ni donde tengo las llaves. Empiezo a estar cansado y aburrido, de no sentirme estúpido y vulnerable, inseguro, abobado y risueño.
Así que, tal vez, y sólo tal vez, vaya siendo hora de dejar de pensar tanto, y dejar que cada cosa vaya por donde pueda, y que duela cuando tenga que doler, y que sane cuando tenga que sanar, pero sobre todo, que lata cuando tenga que latir.