La vida, con su calma habitual, me ha enseñado que los viajes, como el resto de grandes experiencias, en frío y bien digeridas es como mejor se cuentan. Mil historias, sentimientos y reflexiones irán llegando y se irán plasmando en este pequeño rincón, pero lo que hoy mueve mis dedos hacia las teclas es sólo la sensación que me queda con la vuelta a casa.
Más que la sensación, es la diversidad de sensaciones, las que uno se encuentra al dejar atrás un camino que le ha mostrado los más maravillosos parajes tanto naturales como humanos, para volver a verse otra vez en el inicio del camino que le empujó a marchar. Es una forma de mirar a la vida de modo diferente, es volver a plantearse cada día como un nuevo viaje y abrir los ojos bien para no perder detalle de lo que va a acontecer. Hoy tengo la sensación de mirar, ver, oír y sentir todo lo que me rodea con corazón de viajero, y con el poso del camino recorrido impregnando todo aquello que toca.
Hoy Bilbao suena a tango, huele a asado, sabe a mate, hoy aquí, como ayer allá, el corazón se hincha para hacer un hueco las personas que aparecen a cada paso que recorro del camino. Hoy, aunque los coches de la Gran Vía no rugen como en la 9 de Julio, aunque la gente no se ve tan apresurada como en la Avenida Corrientes, aunque el Pagasarri no sea el Fitz Roy y aunque el albiceleste se haya tornado de un gris plomizo, mis ojos siguen abiertos como platos y mis zapatos siguen dispuestos a desgastarse. Hoy, aquí, no comienzo un nuevo viaje, sino que continúo el mismo que he comenzado a andar, y lo continúo tal y como he llegado, teniéndoos a todxs siempre en mente, a los de cerca y a los de lejos, con el corazón rebosante, con los ojos bien abiertos, con la sonrisa bien puesta y sin un peso en el bolsillo, aunque con las alforjas bien cargadas de sueños.
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