Siempre, lo primero, sin falta, nada más levantarme, la sonrisa. Es un mandato autoimpuesto que me suele ayudar a hacer más llevadero el día a día y que suele ser un buen punto de apoyo para que quienes me rodean dejen de ver el mundo de su tradicional color gris.
Y la cuestión, es que la mayoría de los días no me cuesta, bien, es cierto que primero me desperezo un poco y que el desayuno se atraganta entre noticias criminales, pero por norma general, sin forzar, de muy buen gusto, ella se coloca ahí, y como por arte de magia se sostiene hasta que Morfeo tiene la deferencia de visitarme.
Otros días, los menos, uno se siente pesado, espeso, y agradecería que al despertarse hubiera a su lado otra sonrisa que le ayudase a ponerse la suya propia. Pero no hay nadie, no hay nada, y el espejo no ayuda, y las noticias son más criminales, y uno fuerza, y, aunque termina apareciendo, no es la misma, y los días se vuelven eternos…
Por suerte, al día siguiente, amanece, y, seguro, la sonrisa vuelve a estar en el sitio que debiera, sin forzarla, simplemente ayudándote a ver el mundo con otros ojos…