Mas allá de la inevitable andadura por la autopista hacia el infierno que es la vida, es innegable que soy un enamorado de caminar siempre que puedo por toda aquella ruta que para mí es inexplorada. Puedo caminar por senderos entre el verde follaje a 10 minutos de mi casa o conducir por barrancos en quebradas a 12000 kilómetros de ella, pero siempre con el mismo ansia por aprender de todo aquello que observo.
Mi mochila cargada de sueños, mis pies ávidos de asflato y mis ojos de niño, acompañados siempre que se puede de algún hidalgo caballero con quien compartir mis locuras, son lo una de esas cosas que necesito cada cierto tiempo para poder sentirme vivo.
La verdad es que este año han sido muchos meses de deliveraciones, muchos querer y no poder, glaciares, lagos, montañas y desiertos que seguirán viendo pasar los siglos sin saber si alguna vez podré visitarlos, pero, finalmente, ajustando y a última hora, parece que la locura ha vuelto a encontrar su destino.
Serán días de carreteras infernales, de selvas lluviosas, de playas caribeñas con agua cristalina, de bichos tan grandes que tendrán muslo y contramuslo, de deportes de aventura, de aromas innovadores, de mil y una historias esperando a ser contadas, de echarte de menos y, sobre todo, de disfrutar, de volver a tachar una de esas cosas que estaban en la lista de cosas por hacer: Costa Rica, here we go!
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