Rabia, hartazgo, odio, y asco, mucho asco. Las palabras empiezan a quedarse en nada para expresar lo que corroe mis entrañas. Es esa senasación, la misma que hace años renovaba incesantemente mi furia interior al recordar como asesinaron a Carlo en las calles de Génova con total impunidad. Es esa arcada, esas ganas de vomitar cada vez que veo un uniforme, cada vez que veo como campan a sus anchas y nos miran por encimas de sus sucios hombros. Es, la cada vez más creciente sensación de que, cuando el estado excede los límites de lo humanamente admisible, el pueblo debe hacer al tirano pagar sangre con sangre, terror con terror, sufrimiento con sufrimiento.
Es esa sensación, de tener que apretar los dientes bien fuerte y permitir que sean las lágrimas las que den rienda a suelta a toda esa rabia, para evitar caer en la locura y seguir soñando que podemos cambiar este sistema infecto y que, a pesar de que intenten cortar todas las flores, jamás podrán detener la primavera.
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