La verdad es que, a pesar de haber ido ya mil y una veces a
la capital del reino, siempre me parece que le falta algo para ser una de esas
ciudades que te “enganchan”. Madrid tiene esa mezcla de encanto y de falta de
personalidad de los lugares en los que todo el mundo es de fuera y de allí al mismo
tiempo.
Son muchas las veces que me ha dado la impresión,
recorriendo sus calles, de ser una especie de gran casa de vacaciones familiar,
uno de esos sitios en los que uno está a gusto, de los que desea que sean lo más
confortables posible, pero que en el fondo es totalmente consciente de que no
es para quedarse, con el desapego que ello conlleva.
Sin embargo, hay veces, ni las más ni las menos, pero sobre
todo en primavera, en las que las calles toman un color diferente, es las que
da la impresión de que las personas hacen suyos los bares, los parques, las
aceras. Son esos días en los el sol se deja caer sobre su contaminado cielo,
esos días en los que aún el calor no llega al sofoco y todavía se huelen
lejanas las vacaciones que permitan regresar al verdadero hogar, son esos días
en los que los madrileños y madrileñas de verdad lo parecen, son esos días en
los que luce el sol, son esos días, en los que de verdad me gustas…
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