No es ningún secreto, la amistad se basa, muchas veces, en las ganas que le pongas, no importan las distancias, ni los años que pasen sin ver a personas, ni tan siquiera que a las personas las conozcas de mucho para poder mantener un vínculo vital con ellas.
Estos vínculos se crean con la misma facilidad con la que se disuelven si no se hace nada por mantenerlos, se puede mantener vínculos sólidos a pesar de poner miles de kilómetros de por medio y se pueden perder relaciones que parecen eternas con personas que están al lado, sólo es cuestión de poner cada cual un poco de su parte, y aprender a saborear cada momento como lo que es, único e irrepetible.
Escribo esto porque están siendo estos días en los que mi corazón y mi cabeza sufren un terremoto emocional, en los que cada café y cada conversación se disfrutan de una forma inigualable y en los que me siento realmente triste cuando escucho que hay quien puede contar sus amistades con los dedos de una mano.
Están siendo, sin duda, días bellos, especiales, días de largas charlas para intentar arreglar el mundo con ese tío de los fragel al que en breve le devolveré visita y veladas de insomnio en las tierras del norte. Son días de recuerdo de épocas de estudio, de viajes, de luchas, de mil historias que surgieron aquel año en el que, como quien dice, estuve de Erasmus en mi propia ciudad. Son días de charlas cibernéticas con calor de pueblo, con sabor a solidaridad y recuerdos de lo vivido al otro lado del charco. Y son días también de disfrutar de lxs amigxs que están aquí, de lxs de siempre, de lxs que nunca fallan.
Son días, en resumidas cuentas, para vivir.
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