Hay que reconocerlo, no es que me entusiasme ni lo más mínimo madrugar día tras días para venir a la oficina y pasar mis horas sin más pena que gloria, entre documentación casi siempre equivocada y consultas sin pies ni cabeza. Mi trabajo no espera nada de mí y yo no espero nada de él, para que engañarnos.
Pero hay días, esos de principio de año en los que se terminan ciclos y cambian los proyectos, en los unx puede llegar a sorprenderse. Y puede llegar a sorprenderse porque termina dándose cuenta de que, por muy impersonal que quiera parecer todo, al fin y al cabo hay siempre una persona detrás de cada mail, de cada llamada, y un día, de repente, cambias de zona, y todas aquellas personas para quienes estabas gastando tu tiempo, se deshacen en elogios y despedidas, y, aunque sea un poco, hasta consiguen tocarte el corazoncito y hacerte olvidar por un segundo lo poco que te llena estar en ese trabajo...
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