Siempre lo primero al levantarme, y la mayoría de las veces sin ningún esfuerzo, es ponerme la sonrisa en la boca y tratar de hacer que los días sean un poco menos grises de lo que habitualmente son.
Últimamente, tengo que reconocer que esa compañera de amaneceres comienza a ser también compañera de atardeceres y noches profundas. Y es que debo reconocer que tengo esa desconocida sensación de completa y absoluta felicidad de la que hablan los niños pijos de los anuncios de Loewe.
Y no, no me ha tocado la lotería, y no, no tengo un coche deportivo, y no, no tengo un adosado con piscina, y definitivamente no, no necesito ninguna de esas cosas para mantener esta inusual sensación.
Tal vez, en el fondo, por mucho que nos empeñemos en complicarla, la vida se reduzca a vivirla de la forma más simple que podamos, y a hacérsela a los demás tan fácil como esté en nuestra mano. Tal vez, el secreto resida en descubrir que cada uno de los pequeños momentos que disfrutamos son las piedras del enorme camino que discurrimos, y que el mero hecho de saborearlos debería ser suficiente para ser felices.
Tal vez, y sólo tal vez, empiece a sentir que cada uno de los rincones de mi camino, están abarrotados de esos momentos…
0 comentarios:
Publicar un comentario