Querido Olentzero:
Ya sé que hace muchísimos años que no te escribo y que, además, aún es pronto para pedir nada de cara a las consumistas fechas de fin de año. Por lo tanto, como comprenderás, esta no es una carta más que unos padres imitan echar en el buzón y que luego compensan con caros sobornos comprados en el corte inglés, no, esta carta es algo diferente a lo que estarás acostumbrado.
Si te soy sincero, hasta ahora, nunca había creído en ti. Un carbonero que en nochebuena anuncia la llegada de una buena nueva trayendo regalos a todo el mundo, que cosa más ridícula… hasta hoy. Hoy, tú y tus hermanos, que trabajáis el carbón dejándoos el pellejo pero siempre con la cabeza bien alta, habéis convertido en realidad vuestro particular cuento de navidad.
Vosotros y vosotras, carboneras, con vuestra lucha incesante por defender lo que tanta sangre y tanto sudor os ha costado, nos habéis traído la buena nueva. La buena nueva de que se puede plantar cara a un sistema feroz que no entiende de derechos, justicia o estómagos vacíos ante platos sin pan. La buena nueva de que hay quien no se rinde, de que aún quedan esas personas imprescindibles que luchan un día sí y otro también, pase lo que pase y pese a quien pese. La buena nueva de que hay quien no se da por vencido, quien aún no se ha colocado la venda en los ojos ni se ha vuelto sordo ante tanta mentira. La buena nueva es que por fin hay un espejo en el que mirarnos, un espejo negro carbón que desprende rabia y ternura a partes iguales, un espejo en cuyo reflejo volver a encontrarnos.
Ese, Olentzero, ese es el regalo que nos has traido a todos, niños y grandes: esperanza. La esperanza de creer que aún sigue siendo posible ese otro mundo que tanto hemos pregonado, y de que la única batalla que se pierde es aquella que se abandona.
Eskerrik asko Olentzero, benetan.
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