Siempre me ha alucinado la capacidad de algunas personas de comenzar sus días a golpe de carrera, con el sonido del despertador con el tiempo justo para vestirse y salir corriendo, y así un día sí y otro también, como si cada segundo de cama fuera de oro puro.
Y digo que siempre me ha alucinado porque yo tengo la costumbre, no se si buena o mala, pero costumbre a fin de cuentas, de levantarme con mi media horita de tiempo para poder hacer viscosas con tranquilidad y no arrancar el día pasando el motor de 0 a 100 en 5 minutos.
A veces, muy pocas, pasa que a uno le suena la melodía infernal que no anuncia amaneceres sino jornadas laborales, y se dice a si mismo, un minutito, un minutito mas ya ya… que se está tan a gusto… tan calentito… tan abrazado…. y, como no podía ser de otra forma, el minuto se convierte en 25, y al abrir el ojo uno se da cuenta de que la lenta transición de marmota a hormiga obrera se va a convertir en un sprint infernal.
Porque un día que uno se duerme, no de ir al trabajo a las 11, sino de ir corriendo y sin tu pausado despertar, tiene la sensación de que va todo el día a remolque, de que no termina de coger el ritmo como el resto de los días. Habrá quien piense que es una tontería, que si te da tiempo en esos 5 minutos que te quedan a cambiarte, coger el Tupper y llegar al bus, todo lo demás debería funcionar como el resto de los días, pero no es así. Y no es así porque, cuando uno tiene tiempo, dispone de su momento de tranquilidad para arrancar ojeras y legañas, pero, sobre todo, para vestirse primero por la sonrisa, y cuando las cosas se hacen con prisa, esto es lo último en lo que uno piensa y claro, como no vas a ir todo el día a remolque, si, al fin y al cabo, has salido de casa desnudo…
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