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lunes, 18 de febrero de 2013

Flores de febrero

Prácticamente todos los años pasa lo mismo, el invierno activa el modo espejismo en cuanto sale un ratito el sol, cuatro rayos y en los jardines y montes comienzan a asomar pequeñas pinceladas de color, digamos que sería la versión climática del refranero popular que mezcla el archifamoso “engordar para morir” con el no menos conocido “no hay más ciego que el que no quiere ver”.

Es una cuestión de lógica que en cuanto esto pase nos cambie la cara e incluso la perspectiva, el tiempo está frío y gris y estamos deseando que llegue el verano, así que aceptamos ilusionarnos con cualquier mínimo rayo de sol, por mucho que sepamos que es más que posible que mañana nos despertemos y tengamos que coger la bufanda y las cadenas para la nieve.

El problema es que últimamente tengo la impresión de que aplicamos esta lógica de agarrarse al primer rayo de luz a todos los ámbitos de la vida, y muy especialmente a nuestra vida política. Son tiempos duros, tiempos en los que muchas personas a las que la sociedad de consumo les había dado todo han sentido como el propio capitalismo les está cobrando una deuda que no sabían haber contraído, despojándoles de los derechos que creían haber logrado. Es un tiempo gris, frío, helado, la gente no ve salida a su desesperación, y como la esperanza es lo último que se pierde, vuelca sus ilusiones en cuanto ve brotar la primera margarita en el campo.

Y así vivimos, en épocas de flores efímeras, en épocas de Talegones y Verdús, en épocas en las que la gente quiere ilusionarse cuando alguien habla de regeneración democrática, aunque sea la misma gente que ha propiciado la situación actual tras años y años de connivencia con el capitalismo más voraz, de gente que quiere que en los Goya se diga que ya basta de echar a la gente de sus casas y de primar el interés del bolsillo propio sobre el del bienestar común, aunque lo diga alguien que se lucra anunciando créditos hipotecarios. Y son épocas en las que quienes mandan y ordenan tratan de sembrar el campo de desesperanzas, de flores prontamente marchitas que terminen por minar las ilusiones últimas de quienes creen que algún día puede haber un mundo más justo. Lo que no entienden, ni entenderán nunca esta piara de ilusionistas ávidos de su momento de fama, es que los campos hace ya mucho tiempo que están sembrados de luchas, sueños y utopías y, más tarde o más temprano, terminará llegando la primavera….

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