Si soy sincero, y echando un poco la mirada hacia atrás, nunca se me ha mostrado a mi padre con esa imagen idílica de telefilme norteamericano en la que intenta ser el superhombre que todo lo puede, que todo lo intenta y todo lo consigue. Nunca he tenido la percepción de ver a mi padre de una forma diferente al resto de los hombres más allá de la relación padre-hijo y del claro vínculo que nos une.
Imagino que por eso hoy me he sentido extraño, muy extraño al verlo postrado en una cama intentando disimular su dolor. Bien es cierto que no ha sido nada importante, una pequeña intervención de las de unas horas de reposo y para casa, pero por primera vez me he dado cuenta de la fragilidad que mi padre, como el resto de los humanos, tiene.
Porque si me pongo a pensar, y a recordar, sólo puedo ver a ese hombre que siempre ha estado ahí, para sus hijos, para su mujer, para su familia, para sus amigos, sin tener que demostrar nada, y demostrándolo todo.
Y tal vez por eso, porque ha estado siempre ahí, y hasta que le falte el aliento no va a dejar de estar, con su sonrisa, sus chistes malos, y cuando haga falta con una buena colleja, por eso, por todo, yo si que puedo decir que mi padre es un superhombre, porque no es la superioridad de las acciones que un hombre realiza lo que le hace ser mejor, sino la humanidad que pone en cada una de ellas, por pequeñas e insignificantes que sean, y en eso, compañerxs, si que puedo decir que soy hijo de un superman.
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