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martes, 11 de mayo de 2010

Salir de la fortaleza

Ya sabía yo que no podía ser una buena idea, que hacer las cosas tan visceralmente no iba a terminar bien, unas veces demasiado pensar, y otras demasiado poco.


En su momento tenía sentido – voy a hacerme una fortaleza enorme y así nadie podrá volver a atacarme! – me dije. Y así fue, con mucho cuidado de que no se rompiera en mil pedazos más de lo que estaba le construí su pequeña gran fortaleza, ese rinconcito de seguridad en el que sentirme calentito y alejado de todo aquello que duele y vuelve más oscuras las noches.

No pensé, imagino, que algún día me cansaría de mi castillo, que empezaría a pensar que aunque fuera de él haga frío también se puede encontrar el calor que te reconforta, que aunque a veces duela muchas veces también hay quien cura, y que para curar los amargos tragos suelen estar los dulces labios.


Así que muy despacito, y no con poco trabajo, he ido dando pasitos para deshacer todo el entuerto que había montado, quitar los alambres de espino, volver a colocar la pasarela sobre el foso plagado de cocodrilos, abrir las puertas de las murallas… y una vez hecho todo me lo encuentro allí colocado, como una broma de mal gusto, como un último escollo. ¿Por qué puse un candado, si nunca recuerdo donde dejo las llaves? En fin, esperemos que alguien las encuentre, yo de mientras, estaré esperando en mi fortaleza…



1 comentarios:

Aaron dijo...

Yo creo que mas que esperar, deberias tirar la puerta abajo ...