Que no se puede ni se debe vivir en una indefinición lo sé muy bien, yo que parece que me he dedicado a correr como un pollo sin cabeza siempre a la caza del tan ansiado equilibrio mental, corporal y sentimental.
Imagino que por eso, ahora que por fin me había hallado a mí mismo, y que me estaba empezando a sentir muy cómodo con las nuevas formas que había encontrado de vivir y soñar las pocas vidas de gato que me quedan, mi cuerpo no me da ninguna tregua si intento saltarme ni mínimamente el guión que le había escrito. Así que se enfada, y mucho, y me dice que las noches ya no son para amanecerlas con un vaso en la mano y los pies destrozados de tanto bailar. Se enfada, y me dice que ya no tengo la voz para aullar a la luna, me dice que son las estrellas las que me deben dar a mi las buenas noches, y no al revés.
Y el problema, al final, es que yo también me enfado, porque aún quedan noches que quemar, lunas que soñar, estrellas que despedir y amaneceres en los que brindar.
Así que, reñidos, picados, y sin darnos tregua el uno al otro, tendremos que seguir en busca de ese fatídico equilibrio entre lo que se quiere, y lo que se puede…
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