Nunca me he considerado una persona a la que le resulte difícil para nada perdonar a quien sea e incluso por lo que sea, ni tampoco a la que le cueste pedir perdón cuando se equivoca, otro gallo canta en cambio si hablamos de hacer las paces conmigo mismo y mis demonios interiores, que normalmente tiene una causa exterior que no he sabido o querido cerrar en su debido momento.
Es mucho tiempo, demasiado, el que he mantenido abierta una herida que me ha permitido desarrollarme como persona en algunos aspectos a unos niveles que nunca hubiera soñado, mientras que en otros niveles me ha encerrado en un círculo de miedo al dolor y autocompasión que no ha llevado sino a evitar que mis relaciones nunca pasen de un punto en el que bastante tenían si llegaban a la puerta de la gran muralla que había construido alrededor de un corazón demasiado dolido para perdonar, y demasiado enojado para olvidar.
Lo curioso de todo esto, es que hay heridas que no necesitan alcohol, ni tiritas, hay heridas que no necesitan buenas palabras ni losientos a destiempo sobre historias que ya no importan. Hay heridas que se cierran, de golpe, con un que tal estás, como te va la vida, la verdad es que hace mucho tiempo… Hay heridas que se cierran con saber que todo va como debe, que ya me han dicho que estás bien, con un te veo estupendo. Hay heridas que se cierran solas con un abrazo y un nos vemos, aunque no sea cierto, aunque tan sólo fuera necesario habernos visto antes para saber que ya estaban cerradas, que no importaba que ya no nos quisiéramos, que tu siguieras intentando cambiar tu mundo y que yo viviera empeñado en cambiar el de todos, que no importaba nada sino saber que ÉL podía latir y no doler, y así superar su miedo a regalar latidos a otras personas y a otras sonrisas.
Curioso, y triste, que una herida con tan sencilla cura se haya mantenido sin cicatrizar tanto tiempo, aunque, tal vez, no haya sido en vano, y haya sido el tiempo necesario, y se haya cerrado cuando debía cerrarse, y ahora, con lo aprendido y lo olvidado, pueda de verdad hacer las paces conmigo mismo, y volver a empezar, no desde cero, sino desde cien.
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