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lunes, 21 de enero de 2013

Cuestión de ego

Me decía el otro día un amigo, que acaba de abrir un blog y todos los días mira las estadísticas de visitas y el número de retuiteos y esas cosas, que si hace este tipo de cosas es porque él escribe por ego.

Debe ser que yo soy de mente cerrada, o que no me preocupa cuanta gente escuche lo que digo sino que el mero hecho de que alguien lo escuche ya me produce satisfacción, pero por muchas vueltas que le doy no termino de comprenderlo.

El ego se define, entre otras formas, como la instancia psíquica a través de la cual el individuo se reconoce como yo y es consciente de su propia identidad, o, por decirlo en mis propias palabras, el ego es la forma en la que te reconoces a ti mismo con respecto a tu entorno. Entiendo por lo tanto que quien quiere potenciar su ego, esencialmente pierde su tiempo en tratar de mejorar su posición dentro de su entorno, siendo esa propia mejora el motor de la mejoría, y esto es, permítanme el placer de decirlo, una soberana estupidez.

Las personas, por norma general, tenemos una tendencia extrema a necesitar del reconocimiento de los demás para sentirnos satisfechos, pero cuando la necesidad de ese reconocimiento implica la realización de un acto con el fin exclusivo del reconocimiento en sí mismo, el acto en sí pierde todo su sentido.

Tal vez sea por filosofía de vida y porque mi ateísmo implica resolver que el día que termine el camino no hay nuevas oportunidades, y que por lo tanto todo aquello que hago intento que sea porque me ayuda a cargar la maleta de las experiencias y no para salir en la foto de las experiencias envidiadas por el resto, pero cuando hago algo lo hago sin buscar nada que no sea mi propio crecimiento personal, sin importar (o al menos sin que sea lo único importante) lo que los demás piensen sobre ello.

Nunca me he planteado cocinar para que me digan lo bien que cocino, nunca he viajado para que el resto envidie mis viajes, no escribo para que me lean ni miles ni millones y nunca he dado un beso para que se vea lo feliz que soy, entre otras cosas.

Cuando dedico tiempo a un plato lo hago para gozo y disfrute de mis papilas gustativas, para conseguir disfrutar de aromas y sabores cada vez más delicados. Cuando viajo sólo deseo disfrutar de cada paso e ilusionarme en cada nuevo paisaje, sólo quiero llenarme de mis propias historias y recuerdos para cuando los días grises intenten nublar mis ojos, tener un lugar al que evadirme. Cuando escribo intento transmitir mis realidades, intento contar mis pequeñas historias, indicar en que piedras tropiezo y en que trincheras me refugio, sin más pretensiones que las de que alguien, si así lo desea, las lea. Y cuando beso lo hago porque así me lo pide una tormenta de latidos en mi interior, porque es mi forma de mostrar lo que siento hacia la persona que quiero y deseo, y ese momento es único y aunque sea de imagen pública siempre es de sentimiento privado y profundo.

Tal vez por eso, o tal vez porque malentiendo el sentido del ego, pero para mí el llenarme de experiencias increíbles es lo que me hace reconocer mi posición dentro de mi entorno, ni mejor ni peor, simplemente diferente, y con eso me basta y me sobra...

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