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miércoles, 9 de enero de 2013

No por mucho madrugar...

Amanece más temprano. Un refrán al que no tengo absolutamente nada que objetar. Yo precisamente soy una persona muy cagaprisas, no con que lleguen los momentos pero si en sus planificaciones.

Y a veces pasa que uno tiene la impresión de que da tantas vueltas a ciertos asuntos que cuando llega el momento de vivirlos es una mezcla entre la explosión de sensaciones que provoca la llegada del esperado acontecimiento, y una especie de deja vú, de tener la sensación de haberlo vivido de tanto y tanto planificarlo.

Cualquiera que me conozca o que me lea un poquito sabe que si hay algo que me pierde, además de mi gente a la que adoro desde a quien veo una vez al año hasta quien comparte mis latidos y pensamientos, eso es viajar, conocer mundo, sumar imágenes y vivencias a mi mochila para que cuando termine el viaje el álbum de fotos de mi vida vaya bien cargado.

Pues la cuestión es que desde el 2010 no paro de darle vueltas a un viaje, a un país, de esos con mil destinos en los que perderse. Un lugar que hace dos años no pudo ser, y que el año pasado tampoco, que seguro que este no puede y que el que viene nunca se sabe. Llevo tanto tiempo dándole vueltas a ese destino (que tal vez nunca lo vea, en esta vida nunca se sabe) que cada vez que pienso en él me salen mil y una rutas diferentes, un día amo su norte, otro deseo su sur y otro perderme en caminos y vías y atravesarlo por su centro. Es la viva visión de que no por mucho madrugar, como ya he dicho, amanece más temprano, de que no por mucho pensar en algo, no por mucho desearlo, ese algo está más cercano.

Lo que si he aprendido, con el paso de los años, es que siendo paciente todo llega y que, a quien no madruga, el amanecer le suele pillar totalmente dormido…

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