La sangre altera, y el alcohol en la nevera, que dice el refrán popular. Y es verdad, porque es salir el sol, ver asomar las primeras margaritas y empezar a bombear la sangre a dos mil por hora, dejar de pensar, empezar a sentir y perder, más veces de las que lo deseamos, la cabeza.
Y hay quien dirá que es por el polen, que nos altera el metabolismo, y quien piense que es el aumentar las horas de luz, incluso quien señale que todo es culpa de que estamos deseando ver un rayo de sol para que se vea un poco de carne…y se equivocarán, como siempre.
Porque en cuanto se termina el verano, y con el las fiestas, el tiempo libre, lxs amigxs, los eternos amores de una sola noche y el romanticismo de quita y pon, nos volvemos a encerrar en nuestras oscuras vidas, y guardamos el corazoncito tras su semiderruída muralla bajo tres vueltas de llave para que nadie nos lo toque, no vaya a ser que nos lo secuestren y tras un largo verano, lo hieran y él convierta en invierno todo lo que toque.
Así que él, en cuanto ve el cielo azul, corre desbocado y se sale del pecho, en busca de lo que el resto del año le negamos por miedo al dolor, y convierte en descontrol unos meses que deberían durar eternamente.
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