La sangre altera, y el alcohol en la nevera, que dice el refrán popular. Y es verdad, porque es salir el sol, ver asomar las primeras margaritas y empezar a bombear la sangre a dos mil por hora, dejar de pensar, empezar a sentir y perder, más veces de las que lo deseamos, la cabeza.
Porque en cuanto se termina el verano, y con el las fiestas, el tiempo libre, lxs amigxs, los eternos amores de una sola noche y el romanticismo de quita y pon, nos volvemos a encerrar en nuestras oscuras vidas, y guardamos el corazoncito tras su semiderruída muralla bajo tres vueltas de llave para que nadie nos lo toque, no vaya a ser que nos lo secuestren y tras un largo verano, lo hieran y él convierta en invierno todo lo que toque.
Así que él, en cuanto ve el cielo azul, corre desbocado y se sale del pecho, en busca de lo que el resto del año le negamos por miedo al dolor, y convierte en descontrol unos meses que deberían durar eternamente.
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