Hay que reconocer que, en este alocado mundo en el que sobrevivimos, conseguir parar un segundo para echar la vista atrás se puede considerar todo un lujo. Ayer, pude compartir un rato con un buen amigo de esos que conoces desde el colegio y de los que la vida poco a poco te ha ido alejando. Fue un rato para recordar imágenes y anécdotas, para pensar en como, curiosamente, todxs aquellxs grandes colegas que nos conocíamos desde siempre hemos ido tomando caminos dispares alejadxs lxs unxs de lxs otrxs.
Yo por mi parte debo reconocer que la mayoría de la gente con la que comparto mi tiempo fue llegando a partir de esa barrera de los 14-15 años en los que en vez de madurar te conviertes en un cabra loca totalmente descabezado. Desde esos años siempre he intentado mucho cuidarme de mantener conmigo a toda la gente que vale la pena. Juntos hemos pasado por colegio, universidad, trabajos, fiestas, luchas, amores, desamores...y lo habremos hecho mejor o peor, pero sin dejar de sentir en ningún momento que teníamos un hombro en el que apoyarnos.
Echando la mirada hacia atrás es cierto que hay gente que se ha ido quedando en otros círculos y, sobre todo, que con el paso de los años nuestros sueños y ambiciones han cambiado. Pero no es menos cierto que recordar de vez en cuando los momentos en los que nada importaba, en los que fuimos los mejores, siempre consiguen poner una sonrisa en nuestras caras. Porque es verdad que ya sabemos que nunca seremos una gran banda de rock, que ya sabemos que aquella chica que hacía que se nos disparasen el corazón y las hormonas no nos hará caso, ahora que ya hemos aprendido de esta vida más de lo que nunca hubiéramos deseado, también sabemos que todo lo que hemos sido es lo que nos hace tal y como somos, y por eso nunca dudamos en intentar no cambiar, para poder seguir siendo nosotrxs el día de mañana.
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