No es sólo el título de una canción, es como se pueden resumir a veces los días que tenemos, días en los que nada puede contener nuestra verborragia o días en los que simplemente no tenemos nada que decir.
Y aquí es igual, hay días que traes una idea en tu cabeza y la plasmas en un texto, días en los que tan sólo necesitas escupir las palabras que tu cerebro y tu corazón (más el segundo que el primero) están encerrando a lo largo del día, y luego están otros días, en los que las palabras se atascan y no quieren dibujar ninguna historia sobre el papel.
Es en estos días en los que la inspiración da lo mismo, no importa que en tu cabeza las ideas fluyan más o menos rápido, tus dedos reniegan, se vuelven perezosos, se atascan y no encuentran las teclas que conformen las palabras adecuadas a lo que quieres expresar. Esos días, por norma general, el blog, que no la vida, se va en blanco y pasa sin más al siguiente momento en que cualquier pensamiento se plasme, otros, en cambio, aunque por muchas historias que pienses no cuentes ninguna de ellas, tus dedos se descubren inventando historias sin sentido aparente, sobre palabras que vienen y van sobre un teclado, sobre palabras que en la vida muchas veces no se dicen cuando la cabeza y el corazón desean que salgan, sobre palabras que se pierden y sobre otras, que raramente, se encuentran.
Imagino que si a todxs nos dijeran que tenemos que perder uno de nuestros sentidos, pero que podemos elegir cual, la mayoría sin dudarlo ni pensarlo exclamaríamos al momento: el olfato!
Y vale, yo también entiendo que pueda parecer totalmente prescindidle, pero esta mañana, al pasar junto a un pequeño parque he respirado una bocanada de aire y, mientras me golpeaba el aroma a hierba fresca recién cortada, me ha dado por pensar en aromas que me traen recuerdos inolvidables, y lo que perdería si nunca los hubiera podido percibir.
Porque muchas cosas no serían lo mismo sin su aroma inconfundible. Echando la vista hacia atrás (más bien el olfato) me doy cuenta de que hay aromas que no se pueden olvidar. Me resulta imposible pensar en las vacaciones de mi infancia sin el olor a salitre y mar de Torrevieja, entremezclándose con los aromas de sepias y pescados haciéndose a la parrilla en los chiringuitos de la playa. Cuando pienso en viajes, no puedo evitar relacionar la ciudad de Frankfurt con el aroma a comida de sus calles, me es imposible pensar en Oporto sin el aroma de su vino en una copa en la orilla del Duero, o el penetrante olor de los asados por las calles de cualquier ciudad argentina.
Es imposible recordar, por ejemplo, unos San Faustos sin recordar el olor a Txozna de serrín y zurrakapote en el suelo, o un mercado de Santo Tomás sin que a uno se le haga la boca agua al oler un buen talo con txorizo.
Y es imposible olvidar también aromas de personas, de perfumes, de pieles, de sudores, cada cual único, cada cual inconfundible.
A pesar de todo, imagino, que si pudiera elegir, seguiría perdiendo el olfato, al fin y al cabo, los humanos somos extremadamente prácticos, y con el hedor putrefacto que desprende el mundo en el que vivimos, preferimos no darnos ni cuenta de que el sistema es una mierda, y estamos justo encima suyo, por mucho que apeste…
Es algo que durante años siempre ha acompañado a los movimientos alternativos en sus encuentros, manifestaciones o eventos varios para utilizar la música como medio de transmisión de ese otro mundo posible que siempre está en el horizonte. Sonido de tambores, sonido que acelera los latidos de los corazones presentes y evade las mentes de quienes los escuchan.
Han sido estos últimos, días de tambores; tambores acompañando asambleas callejeras abiertas a quienes quisieran participar en ellas; tambores como banda sonora de un mercado en el que no hizo falta el dinero, en el que se intercambiaron cosas ya innecesarias por aquellas que de verdad podían resultar de utilidad, en el que se regaló conocimiento y se proyectaron alternativas y nuevas mentalidades; tambores que acompañaron a quienes por las calles de Bilbao quisieron ser la voz de esa pacha mama a la que no dejamos de castigar un día sí y otro también; tambores que acompañaron momentos de esparcimiento en mi habitación tratando de seguir el son de la música; tambores que representan trepidantes latidos que acompañan las imágenes de tierras que robaron nuestro corazón y que ahora roban nuestro tiempo, nuestras horas de sueño y muchas de nuestras sonrisas.
Quien dijo que segundas partes nunca fueron buenas estoy seguro de que se equivocaba, yo solamente puedo decir...for those about to rock: we salute you!!!!
Ahora que se acerca el día de la madre tierra, y que estamos con el corta y pega en casa montando los vídeos de los increíbles momentos vividos en Argentina, las imborrables imágenes y sentimientos que me produjo aquella tierra hacen que no consiga sacarme de la cabeza esta canción...
Es difícil, realmente difícil, saber que alguien se va y no poder despedirte, no poder decir adiós a pesar de que tú sabes que su viaje está terminando. Mirar a la cara a esa persona, mantener conversaciones repletas de sonrisas cómplices y pasar las horas charlando como si nada, sabiendo del desconocimiento de esa persona sobre el fin de su camino, y con tu corazón en un puño, aguantando un torrente de lágrimas, deseando poder decir que fue maravilloso el haber podido compartir una pequeña parte de su viaje y que mientras dure el tuyo no le vas a olvidar.
No vas a olvidar esas primeras cintas de cassette repletas de canciones incendiarias que comenzaron a remover tu conciencia en una edad en la que despertar una conciencia era hacer nacer un revolucionario, no vas a olvidar esos chistes malos, esa risa floja, esas tardes de guitarra y ampli, ese buen humor que precedió a los malos tiempos, no vas a olvidar que en nochevieja, mientras todo el mundo tiraba cohetes, nosotros siempre nos echábamos nuestro “petardo” de año nuevo en el balcón.
No, no voy a olvidarte, tal vez no te lo pueda decir, tal vez tu ya lo sepas, tal vez el sábado fuera la última vez o tal vez aún nos queden un par de encuentros más para disfrutar, pero ten algo seguro, te voy a echar de menos…
Kilómetros, millas, pulgadas, yardas, distancia al fin y al cabo. Hace años hubiera podido hablar de lo que la distancia física nos daña a las personas, a nuestras relaciones, al trato que tenemos con amigxs, familiares, conocidxs, de la sensación de vacío que unx sentía al recordar a quien estaba lejos y lo difícil de mantener el contacto y la relación humana.
Hoy en cambio todo parece más fácil, las nuevas tecnologías nos han bombardeado y nos es posible pensar que mantenemos el contacto con miles de personas, mientras que la realidad es que cada vez nos sentimos un poquito más solos e incomunicados.
Antes si querías mantener la relación personal viva, caliente, debías coger lápiz y papel y vaciar tus sensaciones y sentimientos para que llenasen una carta que iba a ser recibida con la ilusión e incertidumbre de no saber que te va a decir esa persona lejana en la distancia física que ha decidido pararse un momento para acordarse de ti.
Hoy cualquiera sabe como están sus amigxs vía feisbuk, email, tuenti, etc. sabes como se levantan, como se sienten o en que piensan, pero no dedicas un solo minuto a la relación mútua, no hay intercambio de pareceres, no hay tiempo que perder en preguntas ni respuestas, no hay calor ni ilusión.
A mí siempre me hizo mucha ilusión recibir una carta, una postal, incluso hoy en día un mail de los que están escritos de verdad, de tu a tu, de esos que cuando llegan no sabes que contienen, de los que se responden, de los que te llenan.
Supongo que en parte por eso estoy aquí, que por eso me gusta dejar un poco de mí con cada pequeña historia que cuento, y pensar que cuando cualquiera de vosotrxs se para un momento a leer lo que escribo es porque en parte también quiere saber algo más, al igual que yo mismo me maravillo con toda esa gente que, esté cerca o muy lejos físicamente, quiere compartir con nosotrxs sus historias cotidianas.
La distancia, por lo tanto, no podemos medirla en kilómetros, ni en millas, ni en pulgadas, la distancia no existe si ponemos de nuestra parte y nos mantenemos atentos a quien quiere contarnos algo, nos lo cuente desde Donostia, desde Potosí o desde la habitación de al lado. Por eso hoy al recibir un pequeño saludo de alguien que está muy lejos pero que me maravilla con cada una de sus historias, me he decidido a escribir este post, para todxs aquellos que bien contando sus historias, o bien leyendo las mías, hace que nos sigamos sintiendo cerca.
En estas épocas, en las que el buen tiempo anima, el sol golpea nuestros rostros y las mangas cortas nos llevan a pensar que puede que el mundo no sea un lugar tan terrorífico como suele aparentar ser, me doy cuenta de que incluso en mi cabeza va cambiando la banda sonora que acompaña cada uno de mis movimientos.
Cuando el invierno me agarrota, me amarga y me vuelve gris, las notas se vuelven duras, las letras agresivas y en mi cabeza no cesan de sonar canciones que pasan el día retorciendo corazones, sentimientos y neuronas.
En cambio, ahora, antes de que el calorcito del verano me traslade mediante suaves notas a playas paradisíacas y a sueños de revoluciones por ganar, aceleradas melodías preparan la transición, a golpe de guitarra y rock...
Es esa sensación que no por habitual en mí deja de hacer que me sienta una mezcla entre extraño e impotente, como un escritor al que se le arrebata su pluma cuando se dispone a escribir el final de la mejor de sus novelas.
Es esa sensación de no poder cerrar la boca y no parar de hablar, pero sin decir nada de lo que realmente quiero decir, sin poder sacar de dentro esas palabras que llevan tanto tiempo estancadas, callando una y otra vez esas preguntas, esas verdades.
Es la sensación de no saber si hay más que ganar o que perder y empezar a sentir que nunca vas a saberlo y que vas a terminar por volverte loco tratando de escuchar a tu corazón, que en un latido te grita que hables y en el siguiente te grita que calles.
Es la sensación de tener que llorar palabras sobre este papel cuando me siento incapaz de decirte las palabras que tengo estancadas dentro de mi…
La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.
Galeano no pudo describirlo ni más claro ni mejor, y no sólo lo que es la utopía, sino lo que son los límites, los sueños, las metas. El otro día le decía a un buen amigo que las metas que cada uno se pone deben ser alcanzables, reales, dentro de un mínimo sentido común para no perder por completo el rumbo hacia el que dirigir nuestros deseos. Nada más lejos de la realidad, imagino que incluso a mí a veces se me olvida que lo importante no es que uno se quede o no a medio camino, sino el hecho de comenzar a caminar y poder contar los pasos que se han dado una vez se echa la vista atrás.
Es ley de vida, se aprende a flotar queriendo saber nadar, se gatea siempre antes de andar, se pierde un kilo siempre para poder perder 10, se empieza por unas palabras para poder escribir un libro o se cambia la realidad cotidiana para poder cambiar el mundo.
Así que nadie dude, que todo el mundo sueñe, porque los sueños de hoy no son sino las realidades del mañana, así que seamos realistas, exijamos la utopiá…
Poder parar un segundo y respirar, subir un peldaño ahora que todo se ha detenido y mirar desde arriba el mundo que te rodea y del que normalmente nos encontramos cansados, y una vez arriba aprender a saborear todas esas pequeñas cosas que siempre pasamos por alto y que son las que convierten este mundo en un lugar con algo de luz.
Disfrutar de un pequeño viaje a tierras cercanas que parecen estar a años luz de donde uno vive, sonreír sin saber por qué, charlar, tomar un café entre carcajadas con un grupo de amigos de los que vienen siendo de toda la vida y de los que de verdad son para toda la vida, deleitarse con nuevos sabores, olores, vistas, sonidos, en una ciudad mágica. Contarnos confidencias, chincharnos, cantar, beber, conocer gente nueva, tontear, soñar, redescubrirnos en cada pequeño paso que damos. Volver a casa, disfrutar de una compañía que siendo vieja es más nueva que nunca, un café, la comida, un licor, largas charlas y mil sonrisas. Salir de casa, un café, una buena compañía, mil sonrisas, un paseo, una cena, una buena película.
Y finalmente volver a bajar del escalón, y descubrir el sol, el calor, los parques rebosantes de flores, y darte cuenta de que tal vez nos pasamos la vida buscando en sueños enormes una felicidad que nos pueden dar las cosas pequeñas.