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martes, 6 de mayo de 2008

Prohibido prohibir

El mes de mayo siempre tiene algo de especial, tal vez este año, 40 después de las revueltas estudiantiles y proletarias de París, con un poquito más de razón.
Estoy seguro de que las generaciones anteriores, las de nuestros padres y abuelos, que dejaron su pellejo en las calles con el único sueño de un mundo mejor, sentirán cierta decepción al observar a su alrededor y ver en lo que hemos dejado que se convierta el mundo.

Muchos dirán que es culpa de las nuevas generaciones, de haber asumido que el capitalismo, una vez inmerso en nuestro modo de vida y asumido y aceptado como el único sistema, ha tomado un rumbo inexorable hasta la destrucción de nuestros sueños y de nuestras conciencias.

Los que seguimos pensando que otro mundo es posible, no tenemos esa percepción. Hace cinco años, al igual que hace cuarenta, el horror de la guerra imperialista sacudió la conciencia de millones de personas a lo largo de todo el planeta, volvió a encender la chispa de la revolución. No fueron tan diferentes las asambleas universitarias, los encierros, las manifestaciones y los disturbios. Los que allí estábamos no medíamos nuestra capacidad para detener una guerra tan ilegal como cualquier otra, sino que intentábamos crear alternativas a la sociedad del capital. Dos generaciones después nada había cambiado, la juventud revolvía las entrañas del imperio desde dentro y reclamaba un cambio en el orden mundial, la construcción de ese nuevo orden desde abajo, y volvía a soñar con encontrar la arena de la playa bajo los adoquines de cualquier ciudad del mundo.

Ahora como hace 40 años, la victoria se expresó en la creación de nuevas conciencias y nuevas redes que permiten seguir soñando despiertos con derribar todas las fronteras que coartan la emancipación de las personas. Tal vez para la mayoría, ahora como entonces, la intangibilidad de los nuevos conceptos creados les haya hecho desistir de la lucha activa, pero también es seguro, que tanto ahora como entonces, los que hemos soñado y luchado unidos trasladamos a nuestro entorno, con nuestra forma de ser y de vivir, esa esperanza que nos envolvió.

Tal vez sea yo, tal vez el sol o el calor, o tal vez tan sólo la romántica revolucionaria lo que me hace seguir soñando, y seguir avanzando pasito a pasito, pero aún así seguiré pensando, transmitiendo, luchando y soñando, porque sigo convencido de que debajo de los adoquines está la playa, porque en mi mundo está prohibido prohibir y porque las barricadas cierran la calle, pero abren el camino.

Salud y revolución!

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