Kamikaze sentimental, o, como bien me he definido otras veces, suicida emocional. Y es que lo siento, pero soy así, no puedo resistirme a la necesidad de dar el mil por mil en cada latido sin saber que es lo que pueda venir en el segundo siguiente.
Tal vez sea porque a pesar de poner el corazón a hacer puenting sin ni tan siquiera saber si alguien va a sujetar la cuerda a la que lo ato, se que en el fondo siempre tengo una red enorme que, aún con magulladuras, arañazos y moratones, lo va a terminar devolviendo a su sitio en un estado más o menos aceptable, listo para un nuevo salto.
Tal vez por eso, o tal vez porque quiero creer que, por una vez, alguien sujetará la maldita cuerda, o, incluso, ya puestos a pedir, pondrá su corazón al otro lado para que entre los dos creen la balanza perfecta en la cual el uno sin el otro se vaya al carajo.
O tal vez, sin más, sea que soy incapaz de vivir a medias, de sentir a poquitos, de jugar a la ruleta sin poner todas las fichas sobre la mesa, tal vez sea, que el día que la vida me de una mano ganadora, quiero que sea la más grande, por mucho que mientras tanto no quede otra que, tiritas, alcohol, y maldecir mi mala suerte…
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