Y es que cuando parece que todo se satura las personas tendemos a poner tierra de por medio entre nuestra realidad y nuestros problemas y, en este caso, y aunque sea mentalmente, he descubierto que para frenar mi montaña rusa, más que tierra, necesitaba poner un charco.

Dejar volar la mente, dejar que escuche el tango penetrar por tus oídos, que sienta el aroma de los asados, de las empanadas, que saboree el dulce de leche. Dejar que vuele hasta imaginar tardes de mate y reencuentros, noches de sonrisas sinceras bañadas en Quilmes.
Volar, a fin de cuentas, allá donde el sueño se torna camino, para una vez de vuelta a la realidad, poder seguir tratando de caminar en busca de mis sueños.
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