Tres semanitas, no queda más, para cuando nos queramos dar cuenta, y siempre que un Apocalipsis zombie el 21 de diciembre no lo evite, nos encontraremos saturados de jamón tratando de deglutir las dichosas uvas preguntándonos si el año que empieza seremos capaces de llevar a buen puerto todas esas cosas que en muchos casos no hemos llegado ni a comenzar en el año que sale.
Tres semanas para llenar todo de buenas intenciones, de dietas espartanas, de promesas de escribir más y más bonito y de seguir gastando suela en caminos, tanto conocidos como inexplorados.
Tres semanas, no más, tres semanas para apurar e intentar hacer algo digno de mención, tres semanas para que el balance no salga muy negativo, tres semanas, en mi caso, para pasar de balanzas, para mirar el precioso camino recorrido en los últimos 12 meses, para asegurar que los siguientes siguen comenzando con la mochila bien llena de sueños y para saber seguir ilusionándome con cada paso, sin convertirlo en una meta en sí mismo, para así no tener que arrepentirme de nada, cuando pasen otros 12 meses…
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