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lunes, 4 de marzo de 2013

Divagaciones pre-viejunas

Se acerca el momento inexorablemente, a uno se le puede hacer más o menos largo pero al final año tras año llega para recordarte que el tiempo sigue su curso y que eres un poquito menos joven que 365 días antes. Exacto, llega ese momento de pavor en el que se pone otro numerito en el lugar de la edad, el cumpleaños, y yo, con esto como con todo en la vida, me da para divagar sobre como se andan los caminos.

Yo he de reconocer, como imagino que casi todo el mundo, que he ido pasando mis pequeñas crisis. No es que hayan sido muy potentes y posiblemente la de verme en su momento cerca de los 30 es la que más me rabia me haya dado, sobre todo, porque yo no soy de esas personas que se niegan a aceptar el paso del tiempo y tengo muy claro donde termina la juventud y comienza la “madurez”, es más, no sólo lo acepto, sino que me parecería terrible dentro de 20 años darme cuenta que he desperdiciado la madurez de mi vida intentando alargar una juventud que se va se quiera o no, aunque, claro está, eso no quita que de rabia darse cuenta de que un ciclo vital, al fin y al cabo, ha tocado a su fin.

El camino avanza y día a día se va llenando el vaso de la vida de las gotas que encontramos a nuestro paso, es cierto que, hasta los 30 años más o menos, con el cuerpo al doscientos por cien y la cabeza a mil por hora tratamos de bebernos la vida de un trago, tenemos toda la sed del mundo y no nos importa que de vez en cuando nos sobrevenga una arcada por un exceso de hidratación, lo queremos todo y nos lo jugamos a la ruleta rusa.

La cuestión es que a mí personalmente, llegó el día en el que me di cuenta que todos los tragos que le había dado a la vida, que todas las gotas acumuladas en mi vaso, no merecían estar expuestas a que un ataque de pánico a la vejez las regurgitase sin piedad, sino que todo lo guardado había dejado un poso lo suficientemente importante como para seguir degustándolo a lo largo del camino por andar. Cada poso, cada gota, cada vivencia han ido haciendo que el contenido de mi vaso sea único, y ha llegado el momento de seguir saboreándolo, disfrutando de los dulces y de los amargos.

Aquella mañana en los Andes, hace ya más de 3 años, cambió todo y no cambió nada, imagino que este tipo de proceso, no se si de la cabeza o del corazón, se da sin más, a algunos les asalta en la cama de un hospital tras una experiencia vital traumática, a algunos les llega con la vida en pareja o con los hijos, a otros les llega a los 30, o a los 40, o nunca, y a otros simplemente nos asalta en medio del mejor camino, ante el mejor paisaje y con los mejores compañeros de viaje.

Así que hoy, a puntito de llegar a la edad de cristo al ser crucificado, me reafirmo más que nunca en mi decisión de saborear la vida a otro ritmo, con más ilusión que nunca, con los zapatos ebrios de kilómetros caminados, llenos de remiendos, parches y agujeros, sin ninguna necesidad de ponerme unas zapatillas nuevas más brillantes ni más modernas, sino con las que ya saben de caminos andados, que son sin duda las más cómodas, con las que he caminado muy feliz otro año, y con las que seguro caminaré hasta el último de los peajes…

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