Se va, poco a poco, no del todo hasta dentro de un par de semanas y, sin duda, no de nuestras noches de jarana hasta bien entrado octubre, pero el verano, ese de toalla, presa, terraza y heladito, me temo que se va sin intención de volver en mucho tiempo.
Y digo mucho tiempo porque es cierto que este año pasado ha tenido un verano intermedio, en noviembre buscamos y devoramos el verano austral y se hizo más liviana la cuesta arriba que nos separaba del mes de junio. En cambio, este año, 9 meses, 9 eternos meses separan la última tarde de mate, sol y monte de la siguiente.
Son meses para escapar del gris de mil maneras, soñando mil colores, corriendo contra las aburridas rutinas y tratando de hacer menos solitario en día a día de nuestros estropeados corazones y mentes. Cabe soñar, eso sí, con que el año que viene, si nuestros pies aguantan, volveremos a demostrar que en un año, dos veranos mejor que uno.
Y digo mucho tiempo porque es cierto que este año pasado ha tenido un verano intermedio, en noviembre buscamos y devoramos el verano austral y se hizo más liviana la cuesta arriba que nos separaba del mes de junio. En cambio, este año, 9 meses, 9 eternos meses separan la última tarde de mate, sol y monte de la siguiente.
Son meses para escapar del gris de mil maneras, soñando mil colores, corriendo contra las aburridas rutinas y tratando de hacer menos solitario en día a día de nuestros estropeados corazones y mentes. Cabe soñar, eso sí, con que el año que viene, si nuestros pies aguantan, volveremos a demostrar que en un año, dos veranos mejor que uno.
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