Nunca he tenido claro que la cara fuese el espejo del alma, a decir verdad ni tan siquiera he tenido nunca muy claro que cuando una persona se pone delante de un espejo el reflejo que aparece en él tenga nada que ver con lo que hay al otro lado, más allá de ser una foto del envoltorio de aquello que realmente importa.
Lo que sí que he pensado siempre, es que el mejor espejo de cómo nos sentimos, la imagen real que proyectamos, se puede observar en la gente que nos rodea, en sus caras, en sus gestos, en sus sonrisas.
Y debo decir, que últimamente, mirándome como suelo tener costumbre en mil espejos diferentes y con mil prismas particulares, en algunos conocidos, en otros nuevos y fascinantes y en otros incluso de los que nunca sabes si terminas de conocer, sólo puedo decir que me gusta mi reflejo.
Me gusta lo que veo, me gusto, veo en mi reflejo la comodidad que tengo conmigo mismo, veo cómo se refleja mi cada vez más cuidada paz interior, veo, por primera vez en mi vida, cierto equilibrio y felicidad, por primera vez en toda mi vida, miro lo que proyecto, y el reflejo, me parece, quien me lo iba a decir, terriblemente bonito…
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