El camino, siempre el camino, a veces liso y otras veces lleno de arbustos espinosos, pero al fin y al cabo sólo tenemos uno, y lo que está claro, es que no debemos dejar de caminar ni un solo minuto hasta que llegue el precipicio final.
La cuestión es que en el camino hay desvíos, cruces, atajos, paseos con vistas… hay mil y una opciones de caminarlo, de andarlo y desandarlo, de tropezarse y levantarse y volver a tropezar.
El problema es que hay ocasiones, las menos, en las que por mucho que unx se empeñe en caminar, y sepa con claridad cual quiere que sea su próximo destino y con quien quiere llegar hasta el, hay una niebla tan tan densa que te vuelves totalmente incapaz de descifrar donde diablos está el camino que te lleve hasta allí. Y desorientado y ciego no sabes si dar un paso hacia delante o hacia atrás, o si dar un saltito, o correr a ciegas hasta tropezar o, como es el caso, esperar tranquilo y disfrutar de las vistas e ir esperando a que las nieblas se disipen, y sea el propio camino correcto el que se ponga ante tus pies.
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