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jueves, 6 de octubre de 2011

La ventana...

Siempre que se parte a realizar un viaje de estas características, lo primero que hay que hacer, además de llenar una maleta de sueños, es ponerse los ojos de niño para poder ver el mundo con toda la capacidad de ilusionarse. Luego, una vez que el viaje comienza, sólo es cuestión de colocarse delante de las mil y una ventanas que se aparecen ante tus retinas para que un maremoto de sensaciones se vayan agolpando en cada latido.

Hay que reconocer que antes de partir no sabía exactamente que era lo que quería buscar, qué podría encontrar dentro de mi cabeza y mi corazón delante de esta nueva ventana a los sentidos y a la vida que iba a tener delante de mis ojos, pero lo que sí que tenía era la certeza, o al menos el presentimiento, de que algo iba a encontrar.

No sabría expresar cómo, pero ocurre, no es una mirada, ni un latido, ni una sensación específica, es la suma de pequeñas punzadas la que va tejiendo la red que termina amortiguando la idea final que te dice que has encontrado lo que no sabías estar buscando.


Es un pequeño cambio en tu interior que se va forjando a cada paso del camino, que tiene que ver en parte con todo y en parte con nada, algo que tiene que ver, en parte, con el impactante silencio de encontrarse frente a un mar de blanca sal a 3500 metros de altura, es parte de la incredulidad con la que tus ojos asimilan la imagen de quebradas y ceros de colores imposibles, es parte de la humildad con la que esos indígenas tratan a una madre tierra que no les ofrece sino lo necesario para subsistir, es parte, también, del inconfundible sabor de boca que queda tras una sobremesa con un asado, una Quilmes, un incansable compañero de fatigas, caminos y sonrisas.

Es parte, también, de esa sonrisa estúpida de tener breves noticias escritas cada noche desde este lado del charco, es parte, como no, de ese estremecimiento que hace que te sientas infinitamente minúsculo cuando el agua salpica tu rostro ante parajes que parecen sacados de la imaginación de algún genio, ante lugares que hacen que la palabra salvaje adquiera su verdadero significado.

Es parte de las noches de mate, de teatro, de amistades que se crean a miles de kilómetros pero que se hacen inmortales en el recuerdo de los momentos vividos, es parte, incluso, del caos de la urbe, de las bocinas, del humo, del tango, del fútbol, de ese desorden organizado que tanto termina enganchando.


Todas son partes, algunas más pequeñas, otras más grandes, de esa imagen global que queda tras asomarse a la ventana de lo vivido y preguntarse que se aprendió por el camino. Todo es parte de esa gran ventana en la que hace dos años me encontré a mí mismo, y en la que, tras mucho mirar, mucho esperar, y mucho sentir, esta vez, te he encontrado a ti.

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