Te lo prometes a ti, se lo prometes a tu cuerpo, te dices que te vas a dar un descanso para no terminar devorado por un verano que se está haciendo tan inmenso que sólo puedes desear que no termine nunca, pero aún así al volver a casa cuando los bares ponen ya muchos cafés y ningún cubata te das cuenta de que tu corazón puede más que tu hígado y que tu cabeza, y así y todo al llegar a casa sonríes, porque sabes que ha merecido la pena.
Ha merecido la pena todo, desde la primera hasta la última de las infinitas sonrisas de esta noche interminable, ha merecido la pena el alcohol, el humo, los bailes, las canciones. Ha merecido la pena el atardecer, la luna, las estrellas y el sol que nos ha guiado de vuelta. Ha merecido la pena la noche de sueños compartidos, de los ya vividos y de los que nos quedan por vivir y por soñar. Ha merecido la pena la noche de verdades enteras, de preocupaciones mutuas, de recuerdo de frases pasadas que auguran futuros inciertos. Han merecido la pena las miradas fugaces, la timidez, la inocencia, la falta de seguridad para encontrar las palabras con las que convertir esas miradas en besos. Ha merecido la pena descubrir que no hay hoguera ni infierno que queme mis males y mis inseguridades, y descubrir que son ellas las que me hacen ser único y especial, las que nos hacen ser únicos y especiales. Ha merecido la pena por mi, por ti, por ella, por ellas, por los dos, por los tres, por lxs demás, por todxs.
Ha merecido la pena volver a sentir, y dejar de pensar...
Habitualmente, cuando se escucha a alguien hablar de clase obrera, de proletariado, es como si se estuviese remontando a alguna charla histórica del siglo XIX, nosotrxs estamos por encima de eso, somos clase media, incluso nos creemos acomodadxs.
Ayer se hizo público que el 63% de la población de este engendro llamado Reino de España cobra menos de 1100 euros al mes, cabe mencionar que tenemos una tasa de desempleo del 17%, lo que hace que, aproximadamente, un 70% de la población sobrevive con una renta inferior a los 1100 euros mensuales.
En estas condiciones, en un país occidental y supuestamente desarrollado, el caldo de cultivo para el estallido social debería estar servido, familias que no pueden pagar la hipoteca, EREs, despidos masivos, desempleo, miles de familia haciendo cola para recibir ayudas sociales… son premisas más que suficientes para que planteemos que algo no funciona, para que despertemos de nuestro letargo y derribemos un sistema que nos lleva a un oscuro abismo sin retorno.
Pero no, este no es país para revoluciones, eso se lo dejamos a los franceses. Este es país para Yestes, Ronaldos y Messis, este es país para Paquirrines, Lucía Lapiedra, Karmeles y Aramises, este es país para toros, jurgol y salsa rosa, en este país, desgraciadamente, la conciencia obrera consiste en cantar el vals del obrero en una txozna con un kalimotxo en la mano, en breve, cabrá preguntarse, seguro, quien va a tener para pagarse ese kalimotxo…
Tal vez sea este oscuro verano, lleno de nubes, feo, sin sol ni cielos azules, sin arena de playa ni ruido de olas del mar. Tal vez sea estar en esta jaula laboral que no me deja evolucionar, en la que atan mis alas y en la que no tengo la sensación de ayudar a nadie con el trabajo que hago. Tal vez sean los deprimentes sonidos que salen del horrendo hilo musical y que no hacen sino que uno dude entre cortarse las venas o dejárselas largas. Tal vez sea mi continua sensación de vacío, esa falta de ilusión y sonrisa estúpida, esa falta de ganas de volver a sentir. Tal vez sea que un amigo ha sufrido una terrible pérdida y me siento totalmente incapaz de encontrar las palabras que le den consuelo, es más, me siento incapaz de encontrar ninguna palabra. Tal vez sea la sensación de empezar a avanzar al ritmo que me marca este mundo que tanto detesto y ser incapaz de bajarme a tiempo de sus vagones antes de que se cierren las puertas y ya no haya vuelta atrás. Tal vez sea un poco de esto, o tal vez no sea nada de ello, pero en días como este, me siento tan gris…
Marijaia ya se fue, y con su marcha llega una pequeña pausa en este verano de locura y descontrol, llega una semana de tregua que empieza a ser mortal de necesidad. Este fin de semana no habrá marijaias ni txoznas, este fin de semana no habrá kalimotxos terribles ni vietkongs, este fin de semana no habrá horas de baile y diversión, este fin de semana no habrá solomillo con roquefort y kinito a base de txupitos, este fin de semana no habrá amanecer con el que acostarse ni pintxo de tortilla, este fin de semana no habrá verbena de hor konpon, no habrá borrachera y no habrá resaca. Este fin de semana no habrá quien me eche años de menos, no habrá humo de marlboro de trapicheo en nuestros pulmones. Este fin de semana toca un más que merecido descanso, antes de una recta final que da verdadero vértigo, este fin de semana, toca tregua.
- Venga macho! Despierta, que ya es hora! Que ya no se sabe si estás dormido o estás muerto! - 5 minutitos más… - Ni 5 minutitos ni leches, por favor levanta, que me aburroooooooooooo….. - Es que no me apetece……
Y así andamos mi corazón y yo, está bien un descanso de vez en cuando, pero es que el jodío no quiere volver a despertarse y a mí la vida se me empieza a volver muy aburrida, he probado de todo, a despertarlo enseñándole el buen día que parece que hace a veces, a ponerle una música agradable en el despertador, e incluso a darle patadas a ver si espabila, pero nada, que no hay forma, y yo sin él voy por el mundo como un zombie que ni siente ni padece, pasando los días sin más ilusión que la de levantarme al día siguiente y volver a intentar que se despierte y juntos volvamos a sonreír, a llorar, a sentir.
Oscuro, lluvioso y tristón, vamos, típico día de Aste Nagusia, sobre todo si a uno le toca currar. Si ya es bastante duro levantarse para ir al trabajo, suele ser bastante peor si es lunes, y suele ser mucho peor si el sábado has estado de parranda con Marijaia. Al final llega la Aste Nagusia y uno no sabe si es una bendición o una maldición, porque, antes de arrancar, te pones a pensar, que si la aglomeración, que si las colas para pedir en las txoznas, que si los conciertos en el culo del mundo… pero es que luego es arrancar y no parar. La del sábado fue noche de las que empiezan a las 5 de la tarde, noche de tragos y más tragos, noche de fuegos, noche de conversaciones etílicas y chistes malos, noche de conciertos, de lágrimas sinceras al oír la canción que te hace recordar el día en el que sin querer te hiciste mayor a golpe de sangre y fuego, noche de perderse varias horas para ir tropezándote con todo el mundo, noche de escuchar canciones que te hacen acordarte de la gente especial para ti, noche de reencontrarte tras varias horas deambulando, evidentemente con un katxi en la mano y bastante más perjudicado que cuando te perdiste, noche de que a uno le quiten años y le saquen una sonrisa, noche de pincho de tortilla con los primeros rayos del sol, noche con Marijaia, al fin y al cabo. Y así andamos, algunos griposos, otros magullados, pero esperando que pase este lunes gris, y que llegue una nueva noche de calor y amistad entre tragos y canciones.
Hace cosa de 10 meses, casi como un comentario idiota de esos que se nos ocurren a nosotros, se sugirió la idea de coger este año, meternos 10000 kilómetros entre pecho y espalda y cruzar el charco para conocer Argentina. Hoy, a 100 días de coger un avión con destino Buenos Aires, uno se da cuenta de que la locura muchas veces es una gran compañera, es esa compañera que te hace cumplir tus sueños, es esa compañera que de abandonarte convertiría tu vida en un gris y aburrido monólogo. Así que nada, seguirán pasando los días, y se seguirá acercando nuestro destino, destino al que llegaré con los bolsillos vacíos y el corazón lleno de sueños, que son gratis y cunden más que la plata, pero, sobre todo, sin dejar de permitir que la locura siga llevándome por su camino.
Cualquiera que se pase habitualmente por este rincón sabe que me paso la vida intentando cosas y que, a pesar de todo, muy pocas veces consigo nada en claro. Me paso la vida intentado cambiar el mundo, intentando cambiarme a mi, intentando hacer que mi corazoncito funcione y deje de latir como si alguien estuviera pisando cristales, intentado crecer sin hacerme mayor…y, desde un punto de vista más práctico, intentando superarme y eliminar esos “antiestéticos michelines” que diría el infame anuncio. Cuando terminé la operación odio infernal, hace dos añitos ya, con 30 kilos menos, se podría decir que no tenía ya nada que demostrarme, que todo lo que viniera a partir de entonces no era más que cabezonería, y, la verdad, hasta ahora ha venido siendo siempre así. Cada vez que me he puesto, incluso convirtiéndome en un talibán de la alimentación (como diría Aarontxu) siempre he terminado lejos de las nuevas metas, imagino que por la falta de una necesidad real de cumplirlas más allá de la mera superación. Pero este año, aprovechando que la vida me llevará si no pasa nada a Argentina en noviembre, y tengo muchas locuras por cumplir, me puse a revisar los requisitos para hacer una de ellas. Un avión, un paracaídas y….menos de 90 kilos de peso! 90 kilos, 90 kilos, 90 kilos… joder, otra vez la cifra maldita! Esa cifra que se fue en el año 98 y que tan sólo desapareció (por unos minutos diría yo) en la primavera del 2000 con aquel 89,950. Así que últimamente ahí ando, peleándome con mi cuerpo, pasando un poco de hambre, y con tres meses por delante para cumplir con lo exigido, en Reus hace dos años llegué a 92,8, el año pasado en navidades a 92,7, hoy, tras subirme a la pesadilla, digo la báscula, 92,4 y una sonrisa. Que se preparen en Tandil, que, por mis huevos, salto!
Hay veces que es así como uno se siente, como si se hubiera puesto una capa de invisibilidad, para permanecer escondido, sin hacer mucho ruido, viendo todo lo que pasa a tu alrededor, pero sin que nadie tenga que molestarse en ver qué es lo que pasa contigo, lo que te pasa a ti, simplemente estás ahí, esperando, por si en algún momento alguien levanta la mirada buscando la ayuda que tal vez solamente tu puedas otorgarle, para después, tras un segundo de felicidad, volver a esconderte y dejar de ser visto. Tal vez haya quien piense que sea genial poder ver lo que pasa a tu alrededor y poder pasar desapercibido, pero la verdad es que estoy seguro de que, si existiera el hombre invisible, viviría deseando tirarse por encima un bote de pintura y levantar la voz de vez en cuando, diciendo: eh! Que estoy aquí! – y así poder evadirse aunque sólo sea por un segundo de su eterna sensación de soledad. A pesar de todo, en el fondo tampoco importa que nadie te vea, que nadie pregunte, que nadie escuche, porque de tanto ponerte tu capa parece que ya estás acostumbrado, al final, para mí, lo único importante es haber estado donde tenía que estar, el día que quiera que me vean, ya asomaré la cabeza a ver si hay alguien.
Las palabras perfectas, esas que nos pasamos la vida buscando, esas palabras que hagan que al oírlas, la persona que tenemos delante, se estremezca, se le encoja por un segundo el corazón, y le reconforten de tal manera que sienta que nada le puede hacer daño en ese momento. Y la verdad es que es difícil encontrarlas, a veces encontramos palabras muy buenas, otras veces tan sólo liamos más la madeja e incluso algunas veces se nos llena la boca de malas intenciones y escupimos venenosos dardos. Normalmente hablamos por hablar y sin mucho que decir, y cuando realmente tenemos que encontrar algo importante que decir nunca suele ser lo que debía. Pero ayer tú las encontraste, ayer las dijiste, ayer encontraste aquellas palabras que me dejaron sin nada que decir, ayer conseguiste devolverme de nuevo esa paz que tanto necesito, ayer lograste arrancar una sonrisa a mi mil y una veces remendado corazón, y eso, amiga mía, es algo que no se paga ni con todo el oro del mundo.
A veces, en la inmensa oscuridad de la noche, cuando todo duerme, uno no puede evitar revolverse entre las sábanas y ponerse a charlar con la luna. Con esa luna que lleva ya tiempo allí arriba vigilando los sueños de las ciudades y las personas. Esas noches, en las que sueñas sin cerrar los ojos, tu cabeza da vueltas en una enorme montaña rusa de verdades y sentimientos y, quien mejor que ella, la luna, para preguntarle donde han ido quedando tus sueños, como es posible que el tiempo haya ido borrando lentamente tus ilusiones. Y la miras, y le preguntas, y no obtienes respuesta, y te enojas con ella, y te prometes no volver a mirarla con los mismos ojos brillantes e infinitos con los que la miras desde siempre. Y ella te mira, y te escucha, y no te responde, porque te ha visto una y mil veces caer y levantarte, porque ha visto una y mil veces como derrumbabas castillos de arena y los reconstruías cien veces más grandes, porque te acaba de ver por las rendijas de tu persiana emocionarte mientras leías a Neruda envuelto por el humo de un cigarro, porque ella sabe perfectamente que, si no siguieras soñando, ilusionándote, sintiendo, hace mucho tiempo que habrías dejado de hablar con ella, y estarías durmiendo, como el resto de las personas y las ciudades.
Si, el está siempre ahí, es realmente complicado que me aleje de él, porque soy yo. Alguna persona opina que no soy normal (razón no le falta de todas formas) y la verdad es que cuando el alcohol me nubla y me invaden mis fantasmas, como yo digo, me cruzo. Esta vez no iba a ser distinto, y, como siempre , llegado el momento, cuando no me entiendo, y además no me quiero entender, decido que es mucho más fácil odiar al mundo antes que odiarme a mí mismo, se supone que es menos doloroso echar balones fuera que enfrentarse uno a sus temores, y en esos momentos no importa medir cuanto veneno se escupe ni a quien se salpica, menos mal que hay quien ya va con chubasquero puesto por la vida, y sabe que cuando llueve muy fuerte, seguro que escampa pronto. Lo malo de todo es que, al fin y al cabo, uno no puede escapar de su sombra, y ella llega, y esta vez la estaba esperando, cuando ya no había nadie para verlo, nadie a quien enfrentarse más que a mi propia cabecita, cuando ya no había más corazón que arañar que el de uno mismo, esta vez, tras el intercambio de golpes, creo que él, mi peor enemigo, acabó saliendo por piernas, el tiempo lo dirá.
Sin colegas, estos momentos no valdrían para nada, y esta vez no iba a ser menos. Cada vez aprendemos más lxs unxs de lxs otrxs, conocemos nueva gente, y nos vamos redescubriendo. Este finde hemos reído mucho, muchísimo, hemos compartido muy buenos momentos, hemos charlado, debatido, nos hemos querido, nos hemos odiado, hemos echado de menos a quien no pudo venir, nos hemos sincerado en los momentos etílicamente más incorrectos, nos hemos enfadado y desenfadado, nos hemos quemado, pellizcado, golpeado. Este finde hemos sido tan únicos y geniales que nos hemos convertido en irrepetibles. Este finde, esta canción, siempre, esta canción. Aunque alguien opine que no soy normal, maite zaituztet!
Se supone que es uno de los pilares del por qué se va a un festival es la música, y en este caso, como es evidente, nos desbordó por todos lados. Ska, punk, rock… todo lo que podíamos desear se fue alternando para dejarnos con una mezcla explosiva que terminó por dejar destrozados nuestros cuerpos y tímpanos. El primer día, que cogimos justo empezando, se podría decir que arrancó en Hesian, con su punto ska muy bailable, pero con un calor tan infernal que nos empujó a verlo con un katxi en la mano en la única sombra que existía en todo el recinto, la que hacía la barra. Después llegó un Gatibu que se supone no iba a gustarme tanto como lo hizo, y con el que disfrutamos todxs, a pesar de que el calor nos pudo asfixiar. Tras Gatibu, Betagarri, mi Betagarri, a unas asfixiantes 18:30 horas, ska, ska, y más ska, para las 18:45 ya estaba amortizado el precio de la entrada, para mí, geniales, como siempre. Después de tanto disfrute tocaba pasar relajados unos cuantos conciertos, des-kontrol, txarrena y Ekon pasaron entre tragos, bokatas y mucho cachondeo. Berri Txarrak volvió a ser el momento de abrazos y sentimientos que siempre se vuelve (por mucho que parezca que no invita a ello) y también la vuelta a la primera línea de batalla. A las 2 y media salía Koma para dejarnos con uno de los conciertos más destructivos que recuerdo en mucho tiempo (por decir que recuerdo algo a parte los golpes), y para terminar Etsaiak dejó lo de siempre, mucho que desear, aunque, la verdad, ni eran horas, ni al último superviviente le quedaban fuerzas. El día 2, a pesar del temporal y la suspensión de los conciertos hasta las 18:00, ya se veía que iba a ser de estar sentaditos viendo desde lejos, que el cuerpo empezaba a chillar y tampoco era plan de terminar de destrozarlo, ¿o si? KOP nos lo tomamos con mucha calma, para que engañarnos, Gatillazo arrancó con una buena dosis de punk y un Evaristo enorme, como siempre. Después Kaotiko ya consiguió levantarnos e incluso nos arrancó algún bote y alguna cuerda vocal. Para SA la verdad es que ya estábamos nuevamente sumidos en el descontrol más absoluto, la voz ya no funcionaba y aún así se cantó, se gritó y se bailó como si nos hubieran echado droja en el colacao. Para Boikot sólo decir que fue divertido y reivindicativo como lo recordaba de hace años, aún tengo agujetas de tanto levantar el puño. Parecía que no íbamos a llegar, pero lendakaris muertos es uno de esos que no te puedes perder, y, la verdad, más que cantar, nos dedicamos a reír, esas letras no tienen desperdicio… y de nuevo, llegan las 5, y llueve, y a pesar de que el cuerpo te pide terminar la noche bailando ska al ritmo de los italianos Talco, a la cuarta canción decides que ya tienes suficiente música, y que vas a morir digo a dormir. Finde brutal, musicalmente hablando, lo hemos tenido todo, al gusto de todos, y servido bien fresquito, así que yo, al menos he disfrutado, y ya voy servido, casi casi, hasta el año que viene…
Uno, a pesar de ya no ser un chaval de 20 añitos, se cree que puede meterse en cualquier berenjenal y salir totalmente indemne del mismo, y, siendo la realidad bien distinta, parece increíble que siempre volvamos a caer en la trampa. Si ya ayer fue un día duro, lo de hoy es un lunes en el que no hay músculo del cuerpo que no se resienta de tanto bote, empujón, golpe, etc. Y es que meterse en el cuerpo una docena de conciertos en dos días, un número indefinido de litros de alcohol (pero con dos cifras, sin lugar a dudas), comida pseudobasura (en algunos momentos no llegaba ni a comida basura) pues acaba terminando con uno. Así que hoy, tras tanta tralla, no hay parte del cuerpo que hoy no se esté cagando en mis muertos, calambres en piernas y brazos, dolor de espalda, acidez de estómago, rasguños, arañazos y quemaduras varias, una costilla que duele de un modo muuuuyyyy raro, los riñones que me están matando, la cabeza en otro país… y es que, si medimos la capacidad de divertirse en base al dolor que genera la fiesta, este finde ha sido de lo más divertido, y a diox gracias, que no caímos en el mundo de la drojaína, que si no, hoy iba a trabajar quien yo te cuente!