No, no es que yo también ande pensando en el fin del mundo según predicciones de los mayas ni nada parecido, pero es que hay que reconocer que hay semanas y días que se hacen interminables, eternas, parece que nunca lleguen a su fin.
Son esos días en los que sientes que Bilbo de vuelve un poco más gris y más frío de lo habitual, esos días en los que cada minuto va cayendo como una losa sobre el anterior y se hace infinita la espera hasta el siguiente. Esos días en los que ni tan siquiera una o mil canciones en tu cabeza consiguen darte el ritmo adecuado, y algunas incluso son capaces de sincronizarse con tus latidos para volver más tedioso el transcurrir del tiempo.
Tal vez es la oscuridad, tal vez la falta de calor por fuera y por dentro o tal vez es que quiero correr más de lo que debo y todo se me hace más lento, tal vez sean las ganas de saltar y sentir los pies pegados al suelo, o tal vez mi percepción del espacio-tiempo esté más deteriorada de lo habitual, quien sabe, pero lo que si es cierto es que los días pasan despacio, muy despacio…
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